Los jóvenes tenemos que currar con un contrato precario y vivir continuamente amargados. Estamos hasta los testículos/ovarios del discurso que nos culpa de todo. Curramos lo mismo que nuestros padres, cuando eran jóvenes, para cobrar tres o cuatro veces menos. Trabajamos para seguir viviendo con nuestros padres y pedir préstamos para sobrevivir. Estamos en la mierda, seamos de la clase social que seamos. El pobre llora en un Seat y el rico en un Jaguar; y ambos por no ser independientes, estar condenados a la frustración, al yugo paterno y salir de casa a los cuarenta años.
Los jóvenes queremos ser libres, y en España no podemos serlo. Esta España del 2020 está para los listos, los mafiosos, los sumisos y los valientes. Ya no vale eso de sacarse la carrera para acabar trabajando en un buen despacho o en una empresa. Una de las fórmulas para Rubén, licenciado en periodismo, es «me titulo. Si no encuentro de lo mío me amargo, me frusto, me encierro en mí mismo y así hasta caer en una depresión». En una situación parecida está Raúl, también periodista, con un poco de suerte y mucha paciencia y un tocho de currículum repartidos encontró curro. No se queja, a pesar de las horas y las condiciones de mierda. Quiere irse al extranjero.
Por otro lado está Néstor. Quiere ser como Pablo Escobar. La mitad de su adolescencia la pasó viendo documentales de narcotraficantes. Su sueño es convertirse en el nuevo Castaña del hachís ( o el oro blanco).
El último grupo es para los que invierten sin tener casi nada. Invierten lo poco o mucho que tengan en un proyecto, a sabiendas que el Estado no les apoyará. El santo Estado no rebaja o flexibiliza el pago de impuestos, ni es paternal con los imberbes en el mundo empresarial. La ley y Hacienda es para todos, pero con los jóvenes deberían tener un poco de tacto.
Todos los jóvenes somos valientes. Remamos a pesar del viento y los tiburones.
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