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Carta a José Sánchez R.

 

Existen numerosas víctimas de las llamas que desean acabar con mi tierra. Hay dos tipos de víctimas en este fenómeno. En primer lugar están las víctimas físicas, materiales donde se encuentran los vecinos de las zonas afectadas y alrededores; y todos aquellos que han sido desahuciados de sus casas, de su vida cotidiana, de la tranquilidad que necesita cualquier ser humano para sobrevivir. Por otro lado están las víctimas simbólicas donde se encuentra Don José Sánchez R.: víctima de una equivocación que le podría haber pasado a cualquier ser humano. Me repugna que la sociedad (parte de ella, me imagino) tome a este señor como el chivo expiatorio. El verdugo no es él, sino la clase política (autonómica y central) que no han previsto la desgracia. José Sánchez merece ser entendido: ¡un poco de empatía, por favor! Y a los que acosan a este ciudadano les digo: uno no debe escupir para arriba, porque el escupitajo cae sobre el ojo o el dedo acusador de los cobardes. Insisto, un poco de empatía.

Un comentario en “Carta a José Sánchez R.”

  1. No sé cuántas clases de victimas existirán. Habrá muchos tipos de víctimas, pues el daño y el sufrimiento se manifiestan de múltiples formas, directas o indirectas, con efectos materiales o morales. Hay muchas formas de sufrimiento ante esta catástrofe; unas formas más leves: la pena, tú y yo hemos perdido un paisaje, ¿acaso no duele tanta vida y tanta belleza perdidas?, claro que sí, somos humanos y sensibles a esa pérdida y a tanto dolor causado; otras formas más graves, de las más terribles: un pesar abrumador, este hombre es víctima de sí mismo… el remordimiento puede aplastar a una persona.

    Lo que sí sé es cuantas clases de culpables hay: el que daña porque esa es su voluntad y elige el mal como respuesta a sus circunstancias, y el que daña involuntariamente, de su ceguera resulta el accidente, por ignorancia, error o imprudencia.

    Culpabilidad. Culpa, con frecuencia es una palabra maldita, malvada y peligrosa, una palabra para arruinar la vida de las personas, y casi siempre es una expresión de rabia o de odio. Indudablemente este hombre ha provocado un incendio, en sus manos comenzó (el de Artenara; qué infortunio tan injusto que trata de repartir más autoría de la que corresponde), ese hecho es innegable para él mismo. ¿Castigarle? Yo no creo en la justicia, pues esta ni sabe distinguir entre un malvado y un descuidado, ni sabe dar lo que a cada uno corresponde (si es que tal reparto fuera posible). El castigo es el intento de la sociedad para calmar un daño causado e intentar restituir el orden. Al malo hay que apartarlo; y al descuidado hay que reprenderlo, su mal ejemplo debe servir para enseñar lecciones de vida, para no repetir errores; las leyes son arbitrarias y variables y el daño casi siempre es irreparable, pero sí sé que las tragedias sirven para que se las recuerde con espanto, implacables y costosas lecciones para aprender de nuestros errores, para reflexionar sobre ellos. Yo no conozco a este hombre, y tú tampoco, no podemos juzgarlo, pero he leído o escuchado que está destrozado por lo ocurrido, no tengo por qué dudarlo, soy humano y me pongo en su pellejo, este hombre es víctima de su propio infortunio, pero también de su propia y gravísima imprudencia (¡A quién se le ocurre!).

    “…merece ser entendido” ¿Merecer? Soy humano como tú, puedo comprender tus razones, tus sentimientos, pero dime: ¿merece ser comprendido aquel que provoca un accidente de tráfico por algo tan banal como distraerse con el móvil? Merece uno el premio o el castigo, es lo que uno se gana por su manera de actuar; este hombre puede necesitar ayuda pero merecer… lo que merece ya lo sabe cada vez que mire su paisaje. Puedo entender la indolencia que lleva a un imprudente a la desgracia, pero no se la puede aprobar, ¿se le da una palmadita y no ha pasado nada?, ¿cómo se enseña a ser responsable?, ¿qué mensaje se transmite a la sociedad restando importancia a un desastre? En la antigüedad se habría creado un mito trágico con su caso, no tanto para su afrenta y tormento, sino para aleccionarnos a todos de los riesgos que nos rodean y de la fragilidad de nuestras vidas. Tú aspiras a escribir, ahí tienes una historia con una profunda carga de humanidad.

    ¿Empatía? Toda, incluso consuelo cuando la persona sufre. Ese hombre necesitará ayuda, no lo dudo. La comprensión y la empatía son las mejores prevenciones contra nuestros propios errores, contra nuestra vulnerable condición humana que mañana nos puede convertir en victimas de nuestra propia ceguera. Se puede ser comprensivo y piadoso, pero no se puede separar la amargura de la tragedia, y, en absoluto, no se puede banalizar la importancia de nuestros actos ni la gravedad de sus consecuencias. Cuidado, cuidado, no se puede restar importancia a lo que hacemos, no se pueden cerrar los ojos a lo que hacemos, se corre el riesgo de ir más allá de donde termina la sensatez, de rebasar los límites de lo insensato o lo irreflexivo.

    ¿La culpa es de la clase política? La sociedad es resultado de un esfuerzo colectivo, la suma de los vicios y virtudes de todos. ¿Falla la prevención, fallan las políticas? Yo no lo sé, es un tema tan complejo, no se puede juzgar sin conocer. Pero esto nos afecta a todos, en esto estamos todos, exigir responsabilidad y ofrecer civismo, cambiar y mejorar la sociedad es tarea de todos, no es fácil ni cómodo. No caigas tú tampoco en la trampa del chivo expiatorio: en el error de aliviar el dolor y la rabia culpabilizando al otro.

    Perdona que me haya extendido, se trata de un tema muy interesante. Espero que me disculpes y publiques este comentario a pesar de las discrepancias, pues el intercambio de ideas es tan sano como la empatía, y diría mucho y bien de la sinceridad de lo que escribes. El debate, el contraste de ideas, es algo útil y valioso que puede servir para ampliar y fortalecer el pensamiento de cada uno, una criatura viva y en continuo desarrollo, siempre creciendo porque el horizonte de la existencia es ilimitado.

    Saludos.

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