
«El intelectual no debe reprimir su libertad de expresión a cambio de unos euros en su cuenta corriente», escribió un colega americano mientras casi todos los intelectuales europeos se comprometen, hoy, con la pasta y la falta de valores. El intelectual debe tener un compromiso consigo mismo, con sus ideas, con sus artículos, con su ideología más allá de lo marque el gobierno o el grupo editorial donde pueda trabajar. El intelectual debe hacer de torero contra cualquier miura que amenaza o chantajea su libertad de expresión, su libertad de pensamiento. El pensador (término más bello que intelectual, porque en esta era cualquier «básico» es intelectual. Se escuchan unas carcajadas) o el sabio tiene que hacer lo que quiera, siempre que respete sus valores y principios. El intelectual debe comprometerse consigo mismo, respetarse y no autoreprimirse para tener más lectores, más amantes, más amigos, más prestigio social. Todo eso vendrá, pero siendo honesto. Los honestos, como escribió Pierre Louys, llegarán al cielo. No todo es fama, no todo es quedar bien, no todo es alcanzar el cielo en vida. Lo único que deseo es existir en mi cielo interior, y dejarnos de máscaras y hambre (somalí) por el aplauso.
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