Quien no se integra en la navidad, no se integra en la cultura occidental. La navidad es una oportunidad, o una dulce excusa, para ser feliz. Es triste que un niño de seis años vuelva al cole, y no sepa responder a sus compañeros de clase cuando le preguntan por sus navidades. Es triste que algunos grupos étnicos, religiosos, sociales se nieguen a la navidad, a la alegría de la navidad. Digo triste por los niños, por la infancia. Los adultos no me interesan, son libres de ser felices o no pero los niños tienen derecho- y el imperativo- de ser dichosos en estas fechas. Sus compañeros disfrutan de las navidades, ¿y ellos no, por ser de otra cultura? La navidad, hoy por hoy, no tiene nada que ver con la religión cristiana o con el nacimiento de Cristo. Es simplemente una fiesta para compartir y ser felices, en familia o con los amigos o solos (porque hay gente sola, completamente sola). Los niños deben celebrar la navidad. Empleo un «deben» porque ese niño, o esa adolescente que no celebra la navidad porque mamá/papá no lo crean conveniente, tiene derecho a divertirse. En esa no-navidad se está creando la personalidad, o el sentimiento, de un niño/adolescente/joven que odia a aquellos que sí celebramos la navidad. Ese niño puede odiar, como ya ha pasado con ciertas generaciones de inmigrantes en Francia, la cultura que lo vio nacer y crecer. Ese niño, ese joven, ese ciudadano occidental puede llegar a convertirse en un terrorista, en un salafista o en un reprimido contra la cultura occidental que lo ha visto crecer, nacer y aislarse.
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