La vida aburrida

La vida es un soplo. Un ladrido. Un gemido angustiado por la monotonía de los días, las semanas, las décadas y las vivencias que giran como una noria. Una vez le dijeron a Julia «la vida era un aullido interminable: un aullido agudo y temible que te empuja». La vida es lo que quiera que sea, será alegre o acompañada de algún ruido. La mía estuvo ahogada de bostezos, sin aire. De bostezos perfumados y estáticos que te obligaban a parar los pies contra un muro. Comenzabas a dar golpes contra el muro hasta romperte las piernas. A ver si así mueren los bostezos. Nunca he llegado a asesinarlos. Los bostezos con aire, aire caliente y maloliente son necesarios para las pócimas de los brujos: lo respiras y giras en círculo hasta perderte de la verdad (ellos no mueren, tú sí). Los bostezos acaban con la vida. Te condenan a morir después de haber muerto en vida habiendo renunciado a ella: a la niña bonita, a la vida activa.

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