Cari, amor y otras ternezas
En el fondo lo que sucede es que me estoy volviendo maniático. Ya lo avisaban los augures: vejez y manía, por la misma vía. O sea que no se tomen en serio esto que digo. Es un ramalazo de impertinencia.
Pero que yo pregunte con toda la discreción del mundo por unos calcetines térmicos y una dependienta (hablo por ellas porque habitualmente son las que se dirigen a mí de esa manera) me conteste en modo urbi et orbi: «No, mi amor, térmico no nos queda nada, lo siento, cari» desata una sacudida inevitable en mis receptáculos dedicados a la lisonja. Podría deberse a la condición zalamera de esa empleada que ha visto en el uso de esas ternezas su principal señuelo para triunfar en su cometido. Pero he aquí que voy a una librería y otra muchacha me ayuda a localizar un libro: «En la segunda mesa, vida, lo tienes juntito a ti, cari». Sin poder evitarlo me pongo en guardia. Y espero a la próxima andanada de carantoñas. Y llega: «Un café, por favor», «enseguida, tesoro, ¿corto o largo?» Entonces concluyo con una fatídica evidencia: es una epidemia.
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