El loco de la colina y Queneau
Yo también fui hijo de El loco de la colina. Se ha escrito mucho estos días sobre él con motivo de su muerte. Él hubiera dicho muerte, no fallecimiento. Era lorquiano, rotundo en la tragedia. Yo no puedo ni quiero superar los elogios, las semblanzas que se le han hecho, porque no soy tanto. Pero ocupó muchas de las noches más agitadas y le dio pausa provisional a un tiempo en el que todo se me aceleraba: la profesión, la política, la familia. Y necesito decir algo de él.
Quiero radiografiar sus monumentos nocturnos al silencio. Y lo haré intentando mostrar cómo alteraba la secuencia ordinaria de los días inundando de una nada fecunda los espacios entre sus preguntas y sus sentencias. Porque nunca era el mismo silencio. El vacío de palabras era proteico. Impredecible no en él sino en el radioyente. Y punzaba como una acusación, como la luz de una sala de interrogatorio, cada día con una dirección distinta, con una intensidad diversa.
¿Cómo contar este poliedro, esta pluralidad de formas?
Acudo a Raymond Queneau, y sus Ejercicios de estilo, el tributo más preclaro a la elevación de lo trivial a la categoría de lo sublime. Queneau recrea una anécdota contándola de 99 maneras diferentes y confirma que la literatura es el traje con que se viste el pensamiento. Y esa va a ser mi muleta. Cuento una respuesta real del Loco e imagino luego cómo la traduciría Queneau con sus modalidades lúdicas. Allá vamos.
La respuesta del Loco
Le preguntaron al Loco un día: ¿Por qué empleas tanto el silencio en tus entrevistas? En el silencio todos somos inocentes, en el ruido todos somos víctimas. Es la única respuesta cuando uno te deja sin palabras. Callo porque me interesa que se quede flotando un pensamiento interesante del entrevistado o porque miente. El día en que nos callemos todos volverá el paraíso.
Dicho con vacilaciones
El Loco no se decide cuando le preguntan por el silencio en sus entrevistas. ¿Es inocencia o es crueldad? ¿Debe callar para no sentirse desarmado o atacar con artillería verbal? ¿Subrayar lo interesante o lo falso haciendo el vacío, o replicando? ¿Infierno de voces y paraíso de silencio, o paraíso de palabras e infierno de soledad insonora?
Dicho como un sueño
Sin despertar, el Loco siente las voces que lo interpelan, voces que irrumpen como niños en su mente dormida, voces que no le llegan al oído sino a su angustia. Sin salir de la nube onírica, el Loco nota que se emborracha de profundidad mental o de mentira. Y al despertar sufre el ataque del ruido, y ansía que regrese la noche para alcanzar al menos el umbral del paraíso.
Dicho con onomatopeyas
Al Loco le dicen: ¿Por qué no preguntas? Y el Loco responde: ¡Chist! E insisten: Bla, bla, bla. Él es contundente: ¡Gr…! Y se oye el llanto de un niño: ¡Bua, bua, bua! Para el Loco callarse es la mejor arma ¡pum! para demostrar ausencia de vanidad ¡gluglú! Tic-tac, tic-tac, sentencia al canto… o mentira ¡crac! El silencio es la sede del paraíso: ¡Pío, pío, pío! ¡Tolón, tolón!
Dicho en octosílabos
Si preguntan por qué callo
Cuando hago una entrevista,
Quiero darles una pista
Porque otra forma no hallo.
Callo porque yo prefiero
Que el que calle no destaque,
Que ya las pullas y ataques
Llenan este mundo huero.
Al que con tino sentencia,
O al que mienta y envilezca,
El silencio lo engrandezca,
O lo deje en evidencia.
Callar siempre es un aviso
De un axioma que es eterno:
Que el ruido acerca al infierno
Y el silencio, al paraíso.
Dicho como un análisis matemático
Silencio es igual a 0.
Sea 0 una cifra que no incluye elementos.
Agréguese un 1 a su izquierda y obsérvese la aglomeración de valores encerrados en la cifra resultante.
Úsese el 0 para replicar la presencia de una magnitud elevada.
Según se coloque a izquierda o derecha, el 0 aumenta una cantidad y la magnifica, o la mengua y la empobrece.
Ya es de conocimiento común que agrandar una cifra con la mayor cantidad de ceros es signo de riqueza paradisiaca.
Carta final
Querido Loco:
Aún estoy esperando que hables, pero tu silencio es un idioma universal que escucho con calma en las noches sombrías. Ojalá quienes habiten la eternidad aprendan pronto tan preciado alfabeto.