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«Casas vacías», maternidad y dolor

Termina uno de leer este libro y crecen las intuiciones que se tienen en torno a la verdadera naturaleza de la maternidad. Como hombre y adscrito a un estrato social determinado, es posible que me afecte la visión edulcorada respecto a la experiencia de la maternidad. Porque el hecho de ser madre aún conserva rescoldos de viejas voluntades patriarcales y nocivas intenciones ideológicas que conformaron un relato cargado de idealismo, ternura y realización feliz para la mujer.

Brenda Navarro, la autora, se propone ampliar el prisma con que se analiza esta experiencia y pone a actuar a dos mujeres atravesadas por distintas modalidades de violencia y de dolor, y las hace dudar, manifestar sus incertidumbres, equivocar sus efectos, imprecar contra las expectativas que la tradición, el contexto social y el paradigma romántico del vínculo natural han volcado en torno al hecho de ser madre.

Son dos madres pertenecientes a clases sociales diferentes. A una de ellas, la de estatus más elevado, le quitan a su hijo en el parque. La otra ha concebido que la maternidad va a ser la forma de restituir la vida digna que su historia personal le ha negado. Y le roba el hijo a la primera. Expuesto así el argumento, parecería que la trama presenta un hilo narrativo sustentado por una víctima y una victimaria. Pero nada más lejos de la realidad.

La trama es un pretexto para examinar el hecho de la maternidad. La primera mujer manifiesta su falta de convicción en su embarazo, el abismo que se le abre ante un hecho que sacude su seguridad para concebir y criar. Con el instinto gobernando su pensamiento y en plena crisis por la desaparición del hijo, prefiere que se muera a que permanezca desaparecido. Reniega de la maternidad como portadora de un bienestar y de una forma de realización. Nunca ha tenido la certeza de que estuviera preparada para afrontarla. Pero con la desaparición llega la culpa, y con la culpa se desata un dolor que ella no hubiera querido, y en la misma culpa se citan el afecto por el hijo y su decisión de concebirlo.

La otra mujer, la madre (supuestamente) impostora, no ha podido concebir con un hombre y cree que formar una familia es la única manera de vertebrar la vida digna que no ha tenido nunca. Deposita en la maternidad toda la esperanza de una restitución a la que tiene todo el derecho, porque ha sido maltratada y abandonada por su entorno cercano. Todo a su alrededor ha sido dolor y violencia. Le arrebataron a un hermano, a su madre. No ha podido cristalizar el amor de pareja por la promiscuidad de su novio. Por tanto ser madre es el único asidero para no desaparecer definitivamente.

De manera que el libro intenta enraizar la maternidad con el dolor, un dolor situado en el fondo, solitario e incomunicable, ajeno a las convenciones y temeroso de la censura social. Tan próximo al miedo como lejano a la comprensión de los otros, de los hombres. Un dolor al que se adhiere la historia del feminicidio y las múltiples formas de menosprecio a la condición femenina. Las dos mujeres hablan solas porque cualquier interlocución las situaría próximas al delirio. Pero la autora las hace hablar como personajes de una ficción para que se aproximen a la verdad y nos cuenten que esos miedos y esas dudas y ese modo candoroso de esperanza forman parte de una experiencia humana velada por siglos de romanticismo. Y nos muestren cómo bullen sus deseos de rebeldía contra patrones de comportamiento impuestos desde la costumbre y la masculinidad.

Brenda Navarro vivía en Méjico, en el seno de la clase media, y se traslada a España, y aquí tiene que asumir su condición de inmigrante y los efectos colaterales de un trato menospreciante. Y es madre. Y sabe de lo que habla cuando arrastra con su novela una idea de la mujer asaeteada desde tantos frentes.