Con las noticias del enésimo capítulo de los trapicheos de Villarejo con María Dolores de Cospedal, me asaltó una primera sensación de asco y mal olor. Pero mantener la nariz tapada tanto tiempo afecta a la respiración. Es mejor coger aire. No sé dónde estará el aire puro, quizás sea inútil el empeño. Pero al menos alejarse de ese vertedero inmoral provea del necesario reciclaje aéreo, aunque también es cierto que alejarse lo acerca a uno a ese otro estado que degenera la virtud en silencio: la resignación. En fin, un lío.
Porque la resignación es una droga. Anestesia, deforma y desactiva. La resignación, en su acción más alucinógena, deviene en costumbre. Y lo que es costumbre no impacta, y lo que no impacta normaliza y vuelve ingredientes de lo real las anomalías. Pero el efecto estupefaciente de la resignación se extiende más allá del simple pensamiento o visión del mundo. La resignación actúa sobre el deber y ablanda la indignación, y convierte en virtuoso al individuo que frente a un horror, una injusticia o un desatino se limita a mover la cabeza a un lado y otro y a exclamar: «No somos nadie».
Ante este enjambre de direcciones ideológicas, reclamo del estoicismo alguna luz para orientar la brújula de las acciones. Y las huestes de Zenón, Epicteto, Séneca y el emperador Marco Aurelio me remiten a sus advertencias, surgidas sobre todo en tiempos de guerra y crisis. Para el estoico, unas cosas dependen de nosotros y otras no. Solo donde uno tiene posibilidad de acción es el ámbito de la responsabilidad real. Uno puede (y debe) desarrollar la virtud sobre aquello que le pertenece (¿el voto?, ¿la indignación?, ¿el desencanto?, ¿el nihilismo?). Por tanto, parece que procede consumir algo de la marihuana de la resignación para no desesperar demasiado, haciendo caso, tal vez, a la escritora Concepción Arenal, que en una pirueta atractiva para el pensamiento aconseja no tomar la resignación como fatalismo o quietismo, sino como paciencia que economiza fuerza, que calma y deja ver los modos de remediar el mal o aminorarlo.
Pero me sigue oliendo la halitosis de las intrigas del ínclito comisario y la dolorida penitente que un día fuera ministra de Defensa. Y sé que si sigo fumando, el estupefaciente se me quedará pequeño y me dejará insatisfecho. Por eso acudo a un pensador más incendiario, antes de caer en manos de un centro de desintoxicación. Y leo a Sartre, aturdido también por los estoicos, que llegaron a ser sus maestros, y que se erige en brigada de narcotráfico repartiendo tortas para espabilar a quienes pretenden dormir el sueño de los justos. Propone que el ser humano debe «asumir», que no significa aceptar, aunque en ciertos casos ambos vayan juntos. Cuando asumo, asumo para hacer un uso determinado de lo que asumo, por ejemplo, reivindicar la responsabilidad. Es decir, no basta plantarse ante lo que no depende de uno, sino que hay que cargar con lo que nos ocurre.
Y lo que nos ocurre es que unos desalmados conspiran contra la moralidad, contra la democracia, contra la decencia. Y el olor a podrido es el que debe quedar flotando como recordatorio para no agostar la memoria de los navajazos en la actividad política.
Pero yo no tengo remedio, y mientras escribo este artículo le he pegado un par de caladas al petardo, sin abusar, eso sí, consciente de que la resignación acecha con su efecto adormidera de la ética y el deber de la denuncia.
Que asco, amigo.Villarejo, Cospedal, discos duros, obresueldos, becas para pudientes, privatizaciones a calzón y braga quitada ..Y votos. » El sano pueblo», que decía Don Latino o Max Estrella…apoyando esas aguas fecales.
Se ha vanalizado no ya el mal sino la cutredad y la vulgaridad como forma de vida.
Cospedal.La que privatizó hospitales en La Macha a tutiplén.
Buen verano.
Buenos dìas Juan Jose, acabo de leer el artículo y quiero expresarte que me ha gustado la relación que has hecho entre políticos actuales
vergonzosos (faltos de moralidad) y personajes filosóficos (estoicos).
Por desgracia opino que los seres humanos no hemos cambiado mucho en nuestras actitudes desde Atapuercas.
Gracias por tus reflexiones
Gracias a ti, Hilda, por complementar de forma tan acertada el artículo. Haces hincapié en esa relación y daría para muchos matices hablar de la actitud que adoptamos frente a las tropelías inmorales de algunos.