Sí, yo también he terminado probando las mieles pregonadas del Camino de Santiago. ¿Mieles? No hablen con mis rótulas ni con mis talones; les darán una visión deformada de la experiencia mística que anuncian los apologetas de la celebérrima vía. Ni se les ocurra sacralizar el llano como invitación a la dulce travesía, no vaya a ser que se despierte el recuerdo de los repechos abruptos con que el apóstol nos alfombra el sendero hasta su casa catedralicia.
Pero gracias aparte (entre otras la falsedad de la peregrinación del santo por esos lares), el Camino fomenta una aventura que la convención y el azar terminan modelando a gusto del caminante y se erige en metáfora de una forma de afrontar la vida. En primer lugar, ejerce un atractivo cuya naturaleza radica en lo que tiene de guía, previsión y orden. Improvisar emociona pero también fatiga, porque hay que andar decidiendo cada movimiento, cada instante hueco. Sin embargo, en el Camino todo es marca, cauce, huella repisada que no se abandona nunca. No tienes más decisión que ponerte en marcha y seguir las flechas amarillas, liberado de las impertinencias de la duda, de las maldades de la decepción. Caminas cogido de la mano de la industria del santo peregrinaje y participas de un simulacro de retiro espiritual acompañado por otros caminantes, que supones alentados por un recogimiento a la medida de cada cual. Y no está mal. Es entretenido usar la imaginación para figurarse los kilómetros de penitencias, promesas, plegarias y golosinas para el pensamiento por los que discurren tus pasos, quizás motivados tan solo por el reto de terminar una etapa para obtener el botín del descanso. Los hay incluso que prefieren una cerveza al Santo Grial como trofeo compensador del sacrificio de la jornada.
Toda la parafernalia sentimental del Camino está sembrada de una ilusión de paz interior, de reencuentro con un yo perdido entre los ruidos de la cotidianidad. Flota por la calzada de las vieiras apostólicas una aspiración a recibir los parabienes de una soledad deseada. Uno arranca en Roncesvalles y recibe al instante la bendición del uniforme de peregrino, y es arrastrado por el ritual de saludos, miradas congraciadoras y preguntas cordiales que nunca vienen mal para combatir la aspereza de la vida ordinaria, tan cargada de desconfianza y extrañamiento. Y la soledad se pertrecha de una savia temporal que se encarga de recordarnos que estamos en una empresa colectiva, aunque te halles solo en medio de un campo de cereales sin más compañía que el zumbido de los moscardones. Y al final agradeces que este invento exista como laboratorio de emociones dormidas y desatascos mentales, aunque con la distancia puedas descubrirle las costuras y el andamiaje impostado que te facilita tu propósito meditativo.
Otro asunto es la gente con la que te encuentras. Este laboratorio te pide ahora que tengas preparados los matraces y las probetas para que la química de tu organismo se esmere con las reacciones que se producen en el Camino. Y aquí sí que estalla la improvisación, el azar, lo fortuito. Una coincidencia en una parada, una pregunta sobre el lugar de procedencia, una gracia espontánea y acertada abren los poros de la curiosidad y se pone en marcha el instinto que mueve a descubrir los entresijos del desconocido o la desconocida. El escenario facilita el alimento que sacia el hambre de humanidad que todos, de alguna manera, mantenemos a flor de piel. Y esto, a pesar de que promueve relaciones que brotan de una complicidad muy grata pero insuficiente para mantenerlas, sí que resulta digno de ser pensado en clave de pasión. Porque como en la vida, y volvemos a la metáfora esencial del Camino de Santiago, toda oportunidad de engrosar las alforjas de humanidad siempre será bienvenida, aunque nos tengamos que valer de un artificio que nunca dejará de tener su atractivo como ilusión de conquista.
Hermosas imágenes reflexión, querido amigo, sobre el Camino. Yo lo afronté dos veces hace ya unos cuantos años: de Roncesvalles a Nájera donde me pararon las ampollas y algún dolor importante de huesos…y la segunda de Nájera a Burgos donde parecidas razones a las anteriores me detuvieron.Leyéndote ahora he recordado muchas cosas de esa experiencia humana tan singular, pese a su masificación comercial en los últimos tiempos…. imagino lo que habréis trasegado física y espiritualmente esos buenos canariones por las hermosas tierras navarras, las algo más secas de La Rioja, las ardientes y yermas castellanas…» Buen camino» antes de volver a vuestras Afortunadas… Y no sé vuelve del todo igual…sin necesidad de ponernos estupendos…Algo nos deja en la memoria más profunda ese andar con otros- as intensamente durante unos días en los que espacio y tiempo dejan de ser lo que son y llegar a un lugar y descansar del viaje un redescubrimiento continuo de nosotros mismos. Un abrazo. Volveremos!!
Me gustaría, estimado amigo Juanjo, que alguien retratara las noches o descansos en los albergues. Porque el concierto sinfónico de ronquidos debe ser… Quita, quita. Si un día me animo, haré un recorrido gastronómico, que cada cual recurre a las calorías -reencuentros con el estómago- como mejor crea conveniente. Y mira que tengo un itinerario alternativo desde Realejo Alto a Santiago del Teide. Saludos, puntal.