Política entretenida
Los políticos españoles no entretienen. ¿Cómo es que no toman nota de los británicos? Seguro que estarán al tanto de las últimas correrías en el Palacio de Westminster, con protagonismo estelar de su primer ministro, ese busto estrafalario y rubio que esconde un ventilador de mano para desgreñarse aposta. A ver, que yo entiendo que la política tensa y se necesitan momentos de desahogo, y que no todo va a ser polarización y bronca y zascas a espuertas. Por eso los ínclitos comunes de la Gran Bretaña tienen sus rinconcillos donde hacerse un blanquito para resistir las embestidas de los adversarios respectivos. Y se les nota, eh, cuando en la tele los vemos en su parlamento desprovistos de la solemnidad de los escaños, como en España, y se apiñan unos contra otros, como si estuvieran en una cancha de ping pong, y se montan unas jaranas que dejan muy lejos los modales refinados del gentleman. ¿Y qué me dicen de ese Boris Johnson marcándose una petenera ante los empresarios, cuando estaba hablando de energías renovables, y viniéndose arriba con una defensa encendida de Peppa Pig?
Esto sí que es motivación para el respetable. El público está cansado de mandobles y guirreas entre los dirigentes políticos. No vamos a pedirles a los nuestros, los españoles, que acudan con una rayita hecha (los británicos ya llevan ventaja), pero un porrito antes de cada sesión, aunque sea con hebras de plátano, no les vendría mal. ¿Que los ingleses tienen a Peppa Pig? Nosotros tenemos a los payasos de la tele, producto hispano de rancio abolengo. Imaginen el inicio de esa sesión parlamentaria, con Sánchez, el cumplido, o Casado, el geyperman, arrancándose con un ¿Cómo están ustedeeees? Y el corral, que no va a ir a la zaga en el colocón, contestando. ¡Bieeeeen!
El presidente, aguantando la risilla bovina y los ojos cuajaditos de paz interior, intentaría poner derecha la lengua para decir: Señorías, traigo a este parlamento los presupuestos más sociales de la democracia, je je je je, que me la parto.
Y el líder de la oposición, quitándose de los labios las últimas hebrillas del canuto, no tardaría en interrumpir: Hola, don Pepito.
Y el coro: Hola, don José.
Y Pablito: ¿Pasó usted ya por caja?
Y el coro: Por la caja yo pasé.
Y Pablito: ¿Vio usted la letrita?
Y el coro: La letrita era la B.
Todos batiendo palmas como locos, y los votantes, al menos, entretenidos con la farándula. Y si fuera decayendo la cosa con todo el fárrago de las partidas presupuestarias, Santiago Abascal, el requeté de plastilina más atildado de entre sus señorías, soltaría por lo bajini: Cayetana tiene un ratón, un ratón chiquitín…
Para terminar la sesión, la presidenta del Congreso, saxofón en mano, alentaría a los presentes a clausurar celebrando las esencias de la democracia: Había una vez… un circo.
Por suerte para el país, hay mucha gente dedicada a la gestión tras las bambalinas que se vuelca con el trabajo riguroso que no necesita estimulantes, y aunque no sea divertido, al menos dignifica la política.