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Lillian Hellman

Me tropecé de casualidad con el nombre de Lillian Hellman. Quizás quien lea este artículo esté familiarizado con ella. Yo, no. Y no me arrepiento de mi ignorancia porque me ha dado la oportunidad de ahondar en su itinerario vital como ensayista, dramaturga y testimonio de honestidad.

Sí conocía la película La calumnia, dirigida por William Wyler, una espléndida oportunidad de ver en escena a dos estrellas por las que siento pública veneración: Shirley MacLaine y Audrey Hepburn. Y solo pasado el tiempo descubro que el magnífico guion que sostiene la película es obra de la dramaturga norteamericana. Por si alguien no conoce el argumento, La calumnia se basa en el drama escrito por Hellman (The Children’s Hour, en el original) e inspirado en un caso real acaecido en Escocia en el siglo XIX, en el que se cuenta la historia de dos profesoras en un internado para niñas, que mantienen una relación de amistad íntima desde su época universitaria. Una de las alumnas es expulsada temporalmente por su conducta rebelde y su inclinación a manipular y mentir compulsivamente. Para evitar volver al internado, esta niña difunde la mentira de que ambas profesoras son amantes, calumnia que se extiende como una mancha de aceite y arruina la vida de las dos amigas.

Cuando indago en la trayectoria de Lillian Hellman descubro que fue una escritora de mucho prestigio, con una obra sólida y avanzada dentro de una sociedad americana de la primera mitad del siglo XX con bastantes resabios conservadores. Sus memorias, recogidas en Una mujer con atributos, de las que he leído solo fragmentos, gozan de una lucidez y un brillo narrativo extraordinarios. Crítica con la sociedad de su tiempo y crítica con los tópicos de las ideologías con las que estaba alineada. Enfatiza especialmente en las dificultades de las mujeres de cualquier tiempo para alcanzar su independencia y propone modelos alternativos que se materializan a través de sus personajes teatrales. Pero además de sus méritos creativos, formó parte de la larga lista de autores y autoras que se negaron a declarar y delatar en la tristemente famosa caza de brujas del macartismo americano.

Esta honestidad que pone de manifiesto Lillian Hellman en su obra y en su vida me recordó el final de La calumnia, que por supuesto no voy a destripar. Solo me voy a valer de la figura flamante de mi Audrey Hepburn para trasladar esa altura moral de Hellman a la escena final de la película, en la que la actriz pasa por delante de todos los que la han calumniado, con la cabeza bien alta, con ese vuelo expresivo y esa elegancia sobrenatural de Hepburn que no necesita palabras y no deja ninguna duda de quién posee mayor categoría ética entre todos los presentes.

Hoy, tan prestas las redes o los corrillos a poner miguitas a las falsedades, se hacen necesarias voces como la de Lillian Hellman, abriéndose las carnes en pos de la verdad y gozando con despecho, y con la cabeza bien alta, por haber desenmascarado a quienes calumnian, aunque se amparen en la imperfección de la justicia.

Un comentario en “Lillian Hellman”

  1. Has enseñado a otro redescubriéndote, es lo bueno de ser un escritor que, redescubriéndose, nos ayuda a redescubrirnos. Gracias

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