Entramos en temporada de fresas. Una fruta con prestigio que llega a los mercados bien protegida, como se merece el esplendor que desprende. Su selección, su envase, su disposición en rutilantes conos carmesís listos para hincarle el diente contribuyen a otorgarle un lugar de privilegio entre la ordinaria fruta de frigorífico.
Para que lleguen a ese tronío sensorial, las fresas necesitan manos callosas y espaldas dobladas y piernas varicosas y sudores interminables que las recojan, las mimen y las coloquen en cofres llamativos con un debido lustre. El placer que nos proporciona tan delicada fruta difumina el fatigoso sendero que ha de recorrer antes llevárnosla a la boca.
Leo en la prensa que hace unos días un incendio arrasó en Huelva las casas de un asentamiento en el que vivían 400 o 500 familias casi todas de origen magrebí. El fuego las dejó a la intemperie, habiendo perdido no solo enseres y pertenencias personales sino, lo más grave, su documentación. Residían en el poblado en calidad de temporeros para la recogida de la fresa y ahora corren peligro de que no los puedan contratar por falta de documentos.
En el mismo rotativo me entero de que han fallecido en torno a 6000 trabajadores empleados en la construcción de las instalaciones deportivas de Qatar para el mundial de 2022. Las víctimas, sometidas a unas condiciones laborales precarias e insalubres, provienen de los países más desfavorecidos próximos al Estado árabe.
Como los hámsteres con su rueda imparable, el planeta seguirá girando impulsado por la tradición y la distribución azarosa de la miseria y el bienestar. Las leyes del mercado ya se han incrustado como naturales en la manera de afrontar la vida que le ha tocado a cada uno.
Y no es cuestión de hurgar en el remordimiento por pertenecer al bando de los de acá. Pero viendo la desesperación de una de las madres de las familias afectadas, que se quejaba amargamente del infortunio y proclamaba que solo las mueve el interés de atender las fresas, uno piensa que al menos sí puede cundir el ejemplo para respetar a los miles y miles de temporeros extranjeros que vienen a prestar un servicio digno a nuestro país.
Seguiremos disfrutando con las fresas, el dulzor singular de su pulpa y el destello sensual y carmesí de sus formas. Saciaremos nuestra pasión futbolera en la congregación ecuménica del 2022. Pero no estaría mal que recordando lo que precede a ambos placeres señaláramos sin ambages a quienes satanizan a los emigrantes por su condición de ciudadanos de otro país, eso sí, desfavorecido.
Se me atragantaron las fresas, Juanjo. La verdad.