Preguntaban en televisión a viandantes de Madrid por su impresión acerca del estado del comercio minorista y por su actitud como consumidores. Las respuestas fueron, en general, previsibles y no pasaron el listón de los tópicos. Me llamó la atención una persona que terminó su intervención diciendo: «Que no se preocupen [los comerciantes], que no los vamos a dejar solos.»
De entrada me pareció una respuesta impregnada de sensibilidad hacia los otros, los que lo pasan mal, los comerciantes acuciados por la falta de ventas. Y no he perdido esa consideración, porque ellos engrosan la larga lista de empresarios y trabajadores damnificados por la crisis. No todos con la misma magnitud, pero en una proporción importante de la población activa española. Sin embargo, la respuesta, aun con su carga de empatía, arrastra un vicio oculto, que más o menos podríamos formular de este modo: Salvemos el comercio comprando.
O sea que lo que reprochábamos hasta hace bien poco al consumismo, al que acusábamos de materialismo despilfarrador, ahora puede convertirse en una actitud solidaria. De modo que el que no compra pudiendo hacerlo demuestra insensibilidad e individualismo.
Habrá quien aproveche esta encrucijada de los consumidores para airear de nuevo el argumento de las trampas de la economía de mercado, que ha arraigado en los cimientos de esta sociedad el principio viciado de que el consumo es el motor de la actividad económica. Y propondrán que habrá que cambiar de modelo, que el capitalismo está agotado, que genera desigualdades se mire por donde se mire y que reduce a los seres humanos a individuos seducidos por falsas e irracionales necesidades. Y sonarán en el horizonte tambores de rebeldía contra este sistema que nos ha enjaulado como hámsteres dándole a una rueda que no se puede detener so pena de perecer o de inanición o de aburrimiento.
Suscribo la teoría del cambio de modelo, porque la economía de mercado ha conllevado demasiada carga deshumanizadora. Y se requiere activar unos valores más centrados en la convivencia, la cultura y la igualdad social. Pero esta situación de emergencia que atravesamos, esa respuesta de la persona sobre el estado del comercio, me da que pensar. No hay respuestas fáciles, no basta con esgrimir un argumentario lleno de principios ideológicos sin traducción práctica. Somos seres humanos engarzados en este momento histórico concreto, con nuestras posibilidades limitadas de movilización y nuestros preceptos éticos en constante adaptación. Y ver cómo caen negocios que tenían un porvenir venturoso para dependientes y sus familias no nos deja impasibles, al menos a mí. Por eso la decisión de colaborar con el comercio entra dentro del terreno de la responsabilidad individual, en la que confío porque de lo contrario abundaría el caos.
Habrá muchas formas de no dejarlos solos, pero, por suerte o por desgracia, el consumo ejerce un poder incontestable. Por ahora. Ya habrá tiempo de recurrir de nuevo a las reivindicaciones de calado.
No pierdo de vista que se trata del comercio minorista, de personas que viven sin accionistas que descongelan el planeta si con ello aumentan los beneficios o que esconden sus dineros en paraísos fiscales. Es la tienda de la esquina de toda la vida, la de mi amiga Rosalva o Pepito Cárdenes. La solidaridad es un principio moral de valores con fecha de caducidad y vuelta a empezar, porque, querido Juanjo, hay solidaridades, como la de los famosos, que empiezan en un spot y acaban cuando se apaga la cámara. Si las grandes corporaciones y las grandes fortunas hubieran querido ser solidarias, te aseguro que había y hay dinero de sobra para conjurar esta pandemia, se detendría el cambio climático, la niña Greta no estaría publicando libros de vidas engañosamente ejemplares y vendiendo gadgets (que, por cierto, según mi hermano sueco es en Suecia donde menos se habla de ella), las y los médicos tendrían de nuevo más recursos y estarían mejor protegidos, etc. Querido Juanjo, como siempre, tu arte consiste en poner temas sobre la neurona. en fin, me voy a comer que ya toca.
Como siempre, apuntando en tu comentario los matices debidos y oportunos. Es verdad, José Antonio, cualquier acción solidaria arrastra siempre aristas. Al igual que la magnitud de la movilización de las grandes fortunas resulta incomparable con los gestos efímeros de los ciudadanos y ciudadanas de a pie. Pero hay un caldo cívico de generosidad colectiva que hay que mantener caliente. Y en eso estamos, a ver si estas brasas de sensibilidad lo consiguen.