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¿Y si Godot fuésemos…? Literatura para después de la pandemia

También ahora es posible superar la perplejidad en que nos ha dejado sumidos esta sacudida que ha experimentado el planeta. Superar la perplejidad no significa acertar con la solución, sino salir del impacto al menos con un lenguaje que se acerque más a la salvación colectiva que a la ruina de los de siempre. Como en otras épocas de la historia de la Humanidad, la literatura adquiere el valor de describir, con mayor precisión que el silencio estupefacto o el grito desesperado, qué es lo que nos pasa, qué es lo que nos espera y qué es lo que nos gustaría que ocurriera.

Cuando recurrimos a T. S. Eliot y su poema «La tierra baldía» para visualizar el fantasma de la devastación que asoló Europa en el período de entreguerras, lo hacemos porque además de la crónica de lo que sucedió necesitamos conocer la música de fondo, la partitura conformada con los sentimientos y las sensaciones de quienes asistían desolados a los campos arrasados por la guerra y la muerte. A orillas del Leman me senté a llorar./Dulce Támesis, discurre plácidamente, hasta que termine mi canción./Dulce Támesis, discurre plácidamente, pues no hablaré alto ni extenso… La voz del poeta saca a la luz pública una melodía triste cosida con los retales de miles de almas rotas que tal vez miraban con perplejidad parecida la calamidad que les había sobrevenido de forma injusta. Necesitaremos la inspiración de esa voz hermosísima para nombrar el nuevo paisaje humano que ha empezado a pergeñarse tras la conmoción. Y nuestros herederos (como hicimos nosotros con Eliot) reconocerán que aparte de la anécdota del encierro y de la paralización de las actividades sociales y económicas hubo durante la pandemia una trama de actitudes y sentimientos atravesados por fuertes dosis de incertidumbre. Algo así: Contemplábamos con el corazón encogido cómo de la noche a la mañana se despoblaron las calles y se extendió el silencio como una mancha de aceite. Recluidos en sus casas en una suerte de presidio confortable, los ciudadanos tocaban en la puerta desde dentro hacia fuera musitando: ¿Alguien puede explicar algo?

Los que hemos tenido la suerte de esquivar al innombrable, habremos celebrado un triunfo agarrados al talismán de la buena salud y habremos recompuesto nuestra desbaratada normalidad reencontrándonos con nuestros allegados. Por eso también necesitaremos decir, en nuestro relato de los sucesos, que hubo una alegría consecuente que se fue filtrando en las calles y que iluminó el semblante sombrío de la ciudad apagada. Algo que tal vez ocurriera en la Europa de la posguerra cuando el fin de la contienda comenzó a pregonarse por todos los rincones del viejo continente.

Sin embargo, en Europa se respiró de alivio y se desplomó la fe (no únicamente la religiosa) a un tiempo. Un autor como Samuel Beckett construyó un canónico monumento a la desesperanza escribiendo Esperando a Godot, y de nuevo la literatura supo certificar que el sentir del ser humano tenía el color gris del desasosiego. Por más que lo esperemos, Godot no vendrá jamás porque Godot no existe, y por tanto solo nos queda resistir, y resistir es el germen del absurdo.

Junto al lenguaje áspero con que se relata el desplome del PIB, la extensión del paro y el empobrecimiento general, requerimos otro lenguaje que nos provea de un sentimiento y una predisposición diferentes a los de la terrible sombra que se cierne sobre el mundo y nuestro mundo cercano después de la pandemia. Nada fácil, porque hay que comer y eso prevalece por encima de las frivolidades estéticas. Pero en nuestra crónica del suceso aciago de nuestros días dejaremos constancia de que al menos lo intentamos.

Le tocará a la literatura inmortalizar los esfuerzos de las mujeres y los hombres que se aplicaron en guardar las esencias de la condición humana. Que velaron por que no se desplomara la confianza, que se guiaron por el principio de que todos nos conciernen a todos, que hicieron causa común contra las mentiras y falsedades más abyectas, que combatieron a favor del conocimiento y la educación, que tendieron puentes por encima de las aguas más turbulentas. Suena a embriaguez de ingenuo deseo. Lo entiendo, pero había que nombrarlo. Claro, que antes de que la literatura se pronuncie hacen falta la carne y el hueso de estos seres humanos, pero no tendrían por qué ser héroes.

Inventaríamos así nuestro Godot particular. Sería un Godot con la misma carne y el mismo hueso que tú y que yo. El propio Samuel Beckett sufrió (y esto fue real) un impacto de órdago cuando viajaba en avión y en medio del vuelo se puso al aparato el comandante y comenzó su intervención diciendo: Buenos días, les habla el comandante Godot. El escritor entró en una brevísima crisis de credulidad y por un momento pensó que su personaje cobraba vida y que devolvía a la Humanidad la fe amputada por la tragedia.

No hace falta volar tan alto para identificar a Godot. Puede que esté a la vuelta de la esquina.

5 opiniones en “¿Y si Godot fuésemos…? Literatura para después de la pandemia”

  1. Ah, Godot, el teatro de los absurdo no es tan absurdo. El existencialismo tiene tendencia a pensar y hablar sobre el sentido de la vida humana. Curiosamente, cuando nos entendemos o hacemos esfuerzos de acercamiento, cuando el vínculo nos arropa, no nos ponemos trágicos. Sin embargo, la existencia de la muerte, no solo en sentido físico sino también por las pérdidas a lo largo de cada una de nuestras vidas (porque todo el mundo tiene una historia que contar), me lleva a reconocer que este sentimiento es inherente a la propia condición humana. Esperamos lo que nunca llegará cuando vivimos pérdidas, pérdidas que la literatura nos ayuda a recuperar emocionalmente para darnos la razón. Por eso escribes tan bien, sin importar lo que escribas, eres mi Godot en la pandemia, lo que muchos esperamos aunque no lo sepamos: puede que la literatura sea el Godot que siempre llega. Gracias

    1. A lo mejor la vida consiste en eso, en conocer la naturaleza de la espera, en vivir de las rentas de la espera, en aprender a residir en estado de espera. Y Godot será el fetiche imaginario que nos mantiene entretenidos como una revelación que se producirá de forma inminente, como decía Borges, y que tanto alimento da a la literatura. Gracias, amigo, por mantener tan activo el pensamiento y por gratificarme con tus comentarios lúcidos y afectuosos. Seguimos en la brega. Un abrazo

  2. Me uno a tu llamamiento. No hace falta que seamos héroes, bastaría con ser justos y honestos. Que la esencia de nuestra condición humana nos guíe; que liberemos a nuestro «UBUNTU» ¿Cómo puedo ser feliz si el resto está triste? Gracias por esta delicia literaria empapada en humanidad.

    1. Nos va a hacer falta recordárnoslo muchas veces y reduplicar la atención para ayudar allí donde podamos. No seremos ejemplos de nada, pero estaremos más a la altura que los gritadores profesionales. Un abrazo, amigo.

  3. Resulta fácil empatizar con tu discurso y coincidir en el papel liberador -y también notarial- de la literatura como herramienta de análisis y reconocimiento de las situaciones vitales a las que nos enfrentamos como sociedad y también como seres individuales. Esa funcionalidad de espejo que reside en la obra literaria contribuye a identificar hechos y situaciones históricas en las que participamos y también a autoidentificarnos como sujetos que nos movemos en esos ámbitos. Más difícil resulta encontrar la clave de bóveda de ese lenguaje que nos ayude a descifrar nuestras realidades sociales y personales y que -como señalas- pongan carne y hueso a nuestras incertidumbres y certezas, a nuestros deseos y expectativas y a nuestros miedos y limitaciones; un lenguaje de rostro humano como el que tú describes y al que le das vida en artículos como el que nos ocupa. Muchas gracias por tu gran contribución. Un abrazo.

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