Color de siglas

Hace unos días intervino indignado el diputado Íñigo Errejón en el Congreso con motivo de la proposición no de ley para retirar las condecoraciones a torturadores franquistas como González Pacheco, conocido como Billy el Niño. Y su intervención, que bien pudo haber tenido mayor carga ideológica e histórica, se deslizó por el terreno más familiar por la insistencia de los diputados de Vox y Ciudadanos en que se trata de un tema manido y traído al Congreso con ánimo revanchista. Íñigo Errejón apeló espontáneamente al ejemplo de su padre en su condición de víctima de las torturas del célebre policía de la Dictadura.

Días más tarde pude escuchar a José Antonio Errejón relatando los pormenores del horror y confirmé la dimensión de la herida que había causado la indignación de su hijo. Sabiendo cómo respiran las tribus del Congreso me resulta fácil imaginar la rabieta de unas por el retraso histórico en la reparación de la injusticia y el hartazgo de las otras por el oportunismo y el berrinche sistemático con los asuntos relacionados con el franquismo.

Como sé por boca de compañeros afectados que la crueldad de las comisarías fue real, no me molesté en alimentar mi propia indignación porque reconozco que el tratamiento del asunto forma parte de la liturgia desvirtuada del debate político y, a diferencia de lo que sucede con el organismo humano, la fiebre (también llamada calentura) no contribuye a mejorar el sistema inmunológico frente a los despropósitos. Y corroboré de nuevo que el dolor en la reciente historia de España sigue teniendo color de siglas, filtro de intereses, sensibilidades con anestesia.

Escuchando al padre de Íñigo Errejón, me vinieron a la memoria los días aciagos en que ocurrieron el secuestro y la ejecución de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA. La imagen de aquel muchacho de aire indefenso no hacía más que encenderme por dentro y apagar todas las luces del análisis político. Suponía los detalles de su angustia, el agujero de pavor que ya estaba perforado en su estómago antes que el de la nuca, la desolación de su familia y sus allegados, y me revolvía por dentro buscando una válvula de escape para una rabia que me superaba. Y lejos, muy lejos de estas sensaciones de primer plano estaba el recuerdo de que se trataba de un concejal del Partido Popular.

Una de las fortalezas que apuntalan la democracia es el consenso, que no es otra cosa que más democracia. Sostengo desde hace tiempo que es necesaria la construcción de puentes que liberen del corsé partidario todo lo que se discuta en el plano político y que al menos pueda haber asuntos abordables por encima del argumentario de las tribus. Sea una ingenuidad o no, es preferible mantener ese pensamiento antes que arrumbarlo y salir cada día con la escopeta cargada. Pensé que la presencia de José Antonio Errejón a través del discurso de su hijo podría reproducir en la conciencia de los diputados que lo tacharon de oportunista y manido la escocedura de los cigarrillos que González Pacheco apagaba en la planta de los pies de los demócratas torturados. Y aun así confío en que habrá alguno que estará a la altura de su dignidad y al menos albergará la duda de que una herida tan honda no es una impostura ni tiene color de sigla. Si ese pensamiento subsiste, aun estando por debajo del argumentario obligado, estaremos en condiciones de salir de las trincheras y concebir cuál sería la naturaleza de los puentes que refuercen la democracia en España.

Hace unos meses el dirigente de Nuevas Generaciones del Partido Popular y diputado en el Congreso, Diego Gago, felicitó en un tuit a Omar Anguita, también diputado por el PSOE, con ocasión de la toma de posesión de su escaño. Como era de esperar, el gesto desató susceptibilidades en los respectivos partidos. A lo mejor fue un gesto evanescente, pero ocurrió. Y estoy convencido de que el tuit no tenía dobleces cromáticas.

2 opiniones en “Color de siglas”

  1. Vi y escuché en Hoy por Hoy la entrevista de Angels Barceló a Inigo Errejón y a su padre José Antonio Errejón y es de esas ocasiones en las que, de modo espontáneo, las emociones brotan como un torrente de empatía y solidaridad con la víctima de las torturas y de repudio y asco hacia la figura del execrable torturador. Y en esto, no cabe ningún matiz ni eximente, al menos en mi opinión, como tampoco caben en el asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA, al que aludes.
    Me preocupa mucho el tono y el cariz del debate político de los últimos meses y comparto la necesidad de tender puentes con los distintos y distantes; distintos de tu forma de concebir el mundo, de tu propia Weltanschauung (en términos diltheyanos) y también distantes de tus filias políticas. El problema en muchas ocasiones reside en la imposibilidad de esa construcción hacia el consenso o hacia el acuerdo bien por rechazo o «incomparecencia» de los oponentes. De esta observación no se induce que no haya que intentarlo siempre, sólo se señala la enorme dificultad que conlleva en muchos de los casos.

  2. Compartimos sensaciones y la misma preocupación. El desarrollo democrático de España tiene algunas asignaturas pendientes y demasiadas lagunas formativas. Los que hemos tenido el privilegio de ejercer la docencia de forma apasionada y vocacional sabemos -entre otras cosas-, que el exceso de ruido bloquea el aprendizaje y, sin aprendizaje, no hay progreso. No hay vacuna para el fanatismo, pero sabemos que hay antídotos eficaces: Educación y/o Cultura. Suministradas con las dosis adecuadas de pedagogía, paciencia, constancia, firmeza, humor, rigor, empatía y diálogo.

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