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¡Vivan las clases en línea!

Mi nieto, que está en quinto de Primaria, me pidió que me conectara en vídeollamada para solicitarme ayuda con un trabajo de clase. Por fin iba a ver reconocida por mi nieto mi condición de veterano profesor. Y no crean que no lo llevaba esperando desde hacía tiempo, porque me afecta que este chiquillo no vea en uno sino la figura de un abuelo batallitas y matraquillento, y quede desdibujado el valor del patrimonio docente que tanto me costó forjar. Ha tenido que ser nuevamente el confinamiento el responsable de un salto de calidad en la familia. Será que el encierro espabila al amoroso que llevamos dentro o que la cercanía y la presencia dan fatiguitas.

Así que me puse frente al ordenador y aguardé la señal. Por supuesto, ahí estaba también la incondicional intromisión de mi mujer, que no me permite ni un segundo de exclusividad con los nietos. Ella tiene que estar como el muerto en el entierro, presidiendo siempre la ceremonia.

Pero ahora no me molestaba porque el nieto iba a preguntarle a su Wikipedia más ilustrada, a su fuente más fecunda, y su abuela estaría de libre oyente. Ingenuo de mí, porque ella debía tener la última palabra: Eso es que el chiquillo está aburrido y quiere un rato el ordenador, que el padre no lo deja, y nos llama para la cháchara y de camino matar unos cuantos zombis por internet. Pero yo encantada.

 

Hola Jonatan del Pino le dije cuando asomó su cabecita coronada con una cresta de mohicano.

Abuelo, tengo que hacer una redacción para Lengua y tiene que ser sobre mi abuelo, o sea tú. Luego se la mando a la maestra y ella la va a compartir con todos los chiquillos. ¿Tú me la haces? Pones lo que quieras, si quieres.

¿Cómo que yo te la haga? De eso nada. Yo te doy algunas ideas y tú escribes.

No sé si fue el impacto de la decepción, pero somaticé aquel cambio de expectativa y me tocaron a rebato las tripas.

Voy un momento al baño, vete pensando qué cosas de tu abuelo te gustan, qué buenos recuerdos tienes, qué te gustaría que hiciéramos juntos. Venga, piensa un poco. Y acuérdate de lo que te he dicho siempre: observación y curiosidad. Fíjate bien en lo que tienes delante de los ojos y hazte preguntas, escribe por qué tal cosa, por qué tal otra.

Cuando salí del aseo ya no había ni nieto, ni Inquisidora mayor al aparato.

Oye, ¿y el chiquillo colgó?

A ver si querías que presentara la redacción para la Selectividad. Muchacho, ¿tú te diste cuenta de lo que tardaste ahí dentro? Así el niño… bueno, yo no digo nada, que ya bastante hice con ayudarlo.

Días más tarde me vuelve a llamar mi nieto para decirme que ya había entregado la redacción por correo a la maestra y que si quería que me la leyera.

Claro, mi niño le dije pletórico de ufanía. Iba a escuchar, solo, sin la Inquisidora mediante, el tierno tributo que todo abuelo recibe alguna vez y encima con la publicidad de un trabajo de clase que podría hacerse viral, usando la jerga de estos pollos modernos que andan machangueando por las redes.

 Mi abuelo es una buena persona y es estreñido. Mi abuela dice que cuando él entra en el baño ella se va a tender la ropa y le da tiempo a que se seque y todavía no ha salido, y cuando la va a planchar entonces sale mi abuelo, y entonces mi abuela le pregunta, ¿cómo fue eso?, y él le dice, nada, poca cosa, tres huevillos de pájaro pinto. Mi abuela dice que le pone purgante en el potaje, en el café con leche y en el vino, sin que se dé cuenta, pero que no se le pasa. Y dice que con tanto tiempo sentado no hace sino engordar las almorranas. Ahora voy a hacer las preguntas de la curiosidad: ¿Por qué mi abuelo tiene una estantería con libros en el baño?, ¿por qué metió el router en el baño?, ¿por qué mi abuela le compró un despertador y se lo puso en el baño? Y esta es mi redacción. Ah, y también mi abuelo me compra estampas de fútbol y juegos para la Play, cuando no es agarrado. Fin.

De inmediato se me apareció la imagen de la maestra tras la lectura de la redacción. Me la figuré tapándose la boca para que la carcajada no le echara fuera los dientes. Y me la figuré, además, haciéndose una composición del abuelo de Jonatan del Pino, cuya vida debía de constituir una fiera y desigual batalla diaria con sus esfínteres. Así que resolví buscar la manera de desagraviar la ofensa causada por mi nieto, sin duda alentado por la Inquisidora mayor que aprovechó la ocasión para proclamar urbi et orbi mi romance con el inodoro.

Y le envié un correo a la maestra.

Estimada maestra de Jonatan del Pino:

Espero que haya tenido usted la deferencia de no haber compartido la redacción de mi nieto, porque comprenderá que el dechado de virtudes que resalta en ella no ha de corresponderse con lo que un abuelo hace por su nieto, y de recibir el citado texto sus compañeros (y hasta sus familias) arderán las redes con la fama del abuelo de Jonatan al que le atribuirán sus arrugas, sus ojos rasgados y hasta el andar escarranchado obligado por la artrosis a sus particulares refriegas con sus indómitas deposiciones. Saludos cordiales.

 Y no tardó en contestarme.

 Querido abuelo de Jonatan del Pino:

No se preocupe por su reputación. Por supuesto que he conservado la redacción en mis archivos y no la he difundido. Y vaya por delante que aunque me ha arrancado una sonrisa la ingenuidad de su nieto en ningún caso me he hecho imagen alguna de usted, a quien catalogo, como no podía ser menos, como compañero de batallas docentes. Eso sí, ya no ha dependido de mí el que entre los niños y las familias estén cruzándose memes, vídeos y enlaces diversos donde aparecen toda clase de purgantes y dietas especiales contra la astringencia. Pero quizás sea mejor tomárselo todo con humor, ¿no cree? Tengo entendido que la tensión nerviosa y el berrinche no les vienen bien a las hemorroides.

Saludos cordiales.

NOTA: Con todo el cariño para mis compañeras y compañeros docentes de los que me consta su trabajo riguroso en este obligado entorno telemático. Brindo por ellos con esta copa de vino, que por cierto sabe un poco a polvo de farmacia.