Empacho léxico electoral
Escribo este texto para librarme de la intoxicación que produce en el idioma el lenguaje electoral. Como el antiguo limpiabotas que armado de cepillo y betún trataba de recuperar para el atuendo los zapatos empolvados, agrietados o manchados, así me quiero ver en mi soledad amante de las palabras, intentando raspar la costra de vicio y manoseo que se ha ido asentando sobre ellas. A veces con mi propia complicidad, porque no he podido (o no he sabido) imponer otros términos más justos y menos sobados.
Cuánto daño han sufrido palabras como apostar, luchar, defender. Han apostado los voceros de turno inyectando a la apuesta una dosis de vehemencia guerrillera, como si acudieran al frente a exhibir una originalidad que les otorgara rango de héroes. Antes de la propuesta o de la respuesta se lanza la apuesta, batiéndose en duelo dialéctico con las defensas y las luchas, que se aferran a la jerga altisonante de los candidatos para que su discurso suene a arenga de campeador que sale a buscar enemigos invisibles en el desierto de los tártaros. Y al final las palabras apostar, defender, luchar van pereciendo de inanición, gastadas, anoréxicas, inútiles porque no suenan a nada, solo a verborrea convencional, y nos resulta fácil imaginar a sus locutores sentados plácidamente en una silla o enfebrecidos ante un micrófono masticándolas como quien lo hace con el mismo chicle en la boca desde hace una semana.