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Sevilla, los amigos

Durante unos días ando de viaje con unos amigos por Andalucía. El viaje siempre es un paréntesis, pero cuando uno se halla inmerso en él, hace por figurarse que no será una experiencia caduca y le imprime una intensidad mayor a cada instante, como si se rebañara en un plato hasta la última gota de una salsa sabrosa.

Hemos empezado por Sevilla, la capital, la soberana que se exhibe ante el visitante con esa arteria de agua secular y poética que es el Guadalquivir. Sevilla se abre en calles anchas y avenidas despejadas para que quepan japoneses, nativos y nacionales y se conjuren sin conocerse para disfrutar del incipiente olor a azahar de los naranjos urbanos y de los efluvios del incienso que preludia el inminente arrebato religioso de la Semana Santa. Aquí y allá emergen edificios monumentales que elevan el porte aristocrático de una ciudad que tuvo en su momento histórico la moderada ilusión de villa y corte del Imperio.

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Algoritmos

Ya es de conocimiento común que tenemos nuevos administradores de la cosa económica y de la comunicación. Se llaman algoritmos y son figuras silenciosas que se han metido en nuestra cama con nuestro consentimiento. Desprenden amabilidad lo que los hace más empáticos que los ásperos funcionarios o los dependientes amargados con quienes hemos secretado más bilis de la cuenta. Es lógico que los algoritmos se hayan ido ganando un puesto en nuestro corazoncito. ¿Hay algo más gratificante que el que te pregunten «¿qué estás pensando ahora?» cuando le das vueltas a una borrasca sentimental o a un dilema en tus estudios? Nadie, ni el más sensible de tus amigos ha sido capaz de deshacerse de sus propios líos y concentrarse en la cara de desahucio con que te has levantado hoy. Sin embargo, ahí está él y los suyos, tus algoritmos, para preocuparse por ti: «¿Quieres que te traiga las noticias de actualidad más recientes para que no pierdas tiempo ojeando páginas?»

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