Estoy preocupado. No, en realidad estoy obsesionado. Las escuchas de Villarejo me tienen los sensores armados hasta los dientes. Me sobresaltan las llamadas telefónicas y desde hace unas semanas no hago más que recordar todas las conversaciones que he mantenido con mis afines y amigos, para descartar que no he revelado ningún secreto que pueda comprometer mi dignidad o que ponga en peligro grave mi condición de ser libre y sensato. Restauro una a una las frases que he podido volcar en este dispositivo, que ahora miro con el desdén con el que se desprecia a un chivato, y comienzo a temblar con la suposición de que lo que ha salido de mi boca en sentido literal haya podido llegar hasta Villarejo’s center en forma de mensajes encriptados.
Porque, debo admitirlo, a los oídos magnetofónicos de Villarejo les consta que escribo literatura (o eso es lo que yo me creo) y que no sería nada extraño, por tanto, que empleara el arsenal alegórico para transmitir inquietantes enigmas con fines perversos.
Me viene a la cabeza que hace poco estuve conversando con mi amigo XL (entienden la máscara, ¿no?, es que mi preocupación es seria). Hablé con él de gastronomía, o al menos esa fue mi intención, pero ahora repaso lo que le dije y dudo de que Villarejo lo haya descartado como información de alto contenido conspiranoico. Espigando las frases de aquella conversación recuerdo que le dije, entre otras, que asustara al pulpo, que trinchara el pollo, que le hiciera una incisión superficial a la carne y que yo cortaba el bacalao. ¿Habrá clarividencia mayor para un hombre astuto como Villarejo para deducir que se halla ante los prolegómenos de un acto criminal de tintes sanguinarios?
Otro día se me ocurrió decirle al propio XL, en nuestra devoción sagrada por la cocina, que la salsa estaba para mojar pan. Aparentemente inocente. Pero luego restalló el latigazo de la memoria y recordé que lo había dicho después de haber hecho, muy al principio de la conversación, un comentario inapropiado sobre una amiga común. ¿Y si Villarejo tartamudea en sus escuchas porque va a por un bocadillo y vuelve, y oye frases sueltas que le vienen de perlas para manipular su grabación comprometedora? ¿No tengo que estar acongojado pensando que mi voz rijosa y machista correrá al galope por las redes sociales y tendré a la puerta de mi casa una centuria de feministas que un día creyeron en mi honrosa apuesta por la igualdad de géneros para vengarse de mi traición? ¿No debo temer por la estabilidad de mi pareja?
Y en fin, como también soy ciudadano responsable, comparto con algunos amigos mi visión de la cosa política, y de eso Villarejo tendrá testimonios innumerables en sus diabólicos archivos. Pero juro por lo más divino y por lo más humano que aquel día yo hablaba de religión y literatura, que estaba absolutamente ajeno a la fauna política. Y sin embargo, repaso mi conversación con HP (ni es impresora, ni es tan despreciable, es solo una clave para que él recuerde conmigo) y en ella encuentro expresiones que habrán sacado hasta la última baba maliciosa del espía. Porque le decía a HP que La perfecta casada, dejaba entrever la incontenible tentación de la Iglesia de decirle a las mujeres cuál era su papel en la familia. Pero ¿de qué me vale ahora justificar que no me refería al presidente del PP, ni que esas mujeres fueran una insinuación de Soraya y María Dolores?
Y hablamos ese día también de Machado, y HP y yo hicimos un alarde de memoria y declamamos sus versos. Salieron a colación los álamos de la ribera sorianos y yo le dije que era ribera con b, porque rivera con v es tan solo un riachuelo sin mucho empuje. Y HP se ofendió, porque sobraba el comentario, porque todo el mundo lo sabía. Pero, señor Villarejo, hablaba del río, por mi santa madre que en gloria esté. Sin embargo, sé a ciencia cierta que por mi comentario nunca seré un ciudadano ejemplar.
Y por fin, no sé por qué salió, no sé a qué vino. Solo sé que quedó inmortalizada en el frontispicio de nuestros oídos, y en los de Villarejo, claro. Terminé la conversación con HP con la sentencia bíblica: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Que Dios me coja confesado.
Un comentario en “Villarejo a la escucha, ¿en qué puedo servirle?”
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Excelente reflexión, en clave de humor, sobre las amenazas de la exposición pública de las conversaciones privadas, máxime cuando son grabadas y divulgadas por quien pretende mercadear con ello.