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Soledad

Cuando Edward Hopper pintó el cuadro Los noctámbulos, no tenía intención de reflejar en él la soledad del ser humano. Lo declaró él mismo a una galerista que logró sonsacarle la respuesta en una de las escasas entrevistas que concedió el pintor. Sin embargo, Los noctámbulos se ha convertido en el paradigma artístico de la soledad del individuo en el contexto de la gran ciudad que se consolida a partir de la Segunda Guerra Mundial. Como espectador de ese cuadro, sigo y seguiré viendo una representación de la soledad porque no sé interpretar de otro modo la presencia de esas figuras humanas en una cafetería que a través de una enorme cristalera enseñan las costuras de su incomunicación y su aislamiento.
He pensado en Hopper cuando he visto u oído los testimonios de dos individuos que han ocupado la primera plana de las noticias en los últimos días. Uno es el de un ciudadano vasco que una mañana toma la decisión de colaborar con la policía para acabar con ETA infiltrándose en las tripas de la organización terrorista. Su decisión, solo motivada por las ganas de causar el bien y salvar vidas humanas, le reportó un sinfín de problemas que fue sorteando con la pericia que le daba la intuición, pues no tenía experiencia militar. Llegó a lo más alto e incluso ETA lo ordenó matar. Gracias a su colaboración se desarticularon comandos y se salvaron vidas humanas. Continuar leyendo «Soledad»

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Impresión 3D, la apoteosis

He intentado durante estos días componer un articuento, como lo llama Millás. En él aparecía un personaje a quien puse de nombre Primitivo Menestral, al que atribuí como rasgos más relevantes su soledad, su enajenante afición lectora y su maña innata para la manufactura doméstica. El tal Primitivo se había visto atrapado por un estado de delirio después de conocer los prodigios de la impresión en 3D que un ingeniero, una bióloga y un médico habían expuesto en un programa de Iñaki Gabilondo. De las palabras de estos expertos habían salido prótesis que corregían corazones desperfectos, artilugios que reconstruían una osamenta maltrecha, órganos creados como por ensalmo a partir de unas cuantas células, piel humana elaborada como quien teje un paño con hilos, además de zapatos, tartas, cazuelas y todo perendengue que se le cruzara a un individuo por su mente fabril.
Imaginé a Primitivo fascinado por tales revoluciones de la tecnología y sometido a una conmoción suprema cuando al poco tiempo contempló en la televisión la construcción de una vivienda mediante una impresora gigantesca. Me lo figuré rebuscando en el mismo magín donde Mary Shelley había hurgado para concebir su criatura, y al fin lo encaminé a mezclar sueños, delirios y probaturas.
Después de comprar su artilugio, buscó en la red el diseño de las piezas del organismo y solicitó por la misma vía a distintos proveedores el suministro de polímeros y células que sirvieran de base para su bricolaje biológico.
Comenzó imprimiendo la osamenta; se cuidó de hacerla a prueba de fracturas, reforzándola con una dosis de calcio suplementario. Siguió con la musculatura, fibrosa pero sin excesos; no le atraía un fenómeno cachas. Continuar leyendo «Impresión 3D, la apoteosis»