No sé cuándo comencé a pensar que la respuesta a la pregunta ¿A qué aspiras? necesitaba un contenido que diera cuenta, de una manera más ajustada, de lo que es mi aspiración en la vida. Será que los años han ido decantando toda la artillería que se desplegaba cuando quien respondía era la juventud militante y apasionada. Ahora, esta misma juventud, modelada en carne y espíritu (¡con cuánto palabrerío exorciza uno la vejez!), parece requerir una morosidad mayor que nos permita mantener más tiempo en la boca el caramelo del porvenir y paladearlo hasta la última esquirla dulzona.
Lo cierto es que desde hace un tiempo veo en la sabiduría el compendio de las ideas que me resultan provechosas para obrar con la templanza que necesito. No soy original, lo sé. Los saberes de las comunidades primitivas macerados en la edad provecta de sus mayores han sido desde hace siglos el asidero de sus integrantes jóvenes para sobrevivir. Y esos mayores no han hecho más que (y no es poco) envejecer y reposar la mirada sobre las cosas mundanas para restarles el ímpetu de lo categórico.
Pero ¿cuál es la sabiduría de la que me gustaría proveerme? Por lo pronto descarto toda la verborrea que tienda a aprisionar lo laberíntico y complejo de la condición humana en frases evanescentes que buscan elevarse de lo corriente con una estética celestial. Lo que sucede con los seres humanos es el cruce de muchas causas, razones y eventualidades, y poco contribuimos al bien común si lo reducimos todo a una generalización vacua que deja fuera el entramado que explica los comportamientos.
Busco la sabiduría basada en la duda como principal actitud para conocer y pensar. Nada es seguro, ni siquiera el término medio aristotélico. Por lo tanto, necesito pausa para no caer enredado en las apariencias. Pero no un tiempo eterno que me debilite infectándome de escepticismo, sino un tiempo que me incline a mejorar el conocimiento de las causas antes de emitir un juicio.
Busco la sabiduría que me permita distinguir lo verdaderamente importante para invertir con mesura las energías. Todo lo que pudo ser objeto de fervor, de empecinamiento fogoso o todo lo que constituyó motivo de indignación iracunda pasa ahora por el tamiz de la jerarquía, y mi mente y mis sentimientos son convocados a empresas de mayor rentabilidad emocional.
Busco la sabiduría que siga aguijoneando mi curiosidad para descubrir secretos y mantener intacta la facultad de fascinación por lo novedoso, lo bello y lo heroico.
Busco, en fin, la sabiduría que me proporcione el deleite mayor con el ser humano, con la persona de carne y hueso que constituye el mejor depósito de gratitudes. Esa sabiduría que me advierte del tiempo que pierdo cuando renuncio a gozar de una conversación, un abrazo o un festín colectivo de afecto mientras escribo un artículo sobre la sabiduría.
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