Solomon Green estudia en la Universidad Humboldt de Berlín. Llegó hace un año de Israel y tomó la decisión de cursar el Euromaster guiado por las recomendaciones de sus profesores, que han visto en él un genio potencial para los negocios, y por una vaga idea de reconciliación con sus orígenes, ligados a la Alemania de principios de siglo XX. Aanisa Atalah cursa el posgrado de Art in context en la Universidad de las Artes de la capital germana. Procede de Jericó, una de las gobernaciones del Estado Palestino en Cisjordania. También fueron sus familiares quienes observando la condición virtuosa de su arte pictórico la enviaron a Berlín para que completara sus estudios.
Aanisa y Solomon se conocieron en la StaatsBibliothek. Ella estaba sentada en una silla ancha, frente a una mesa con amplio espacio para su portátil y sus documentos de consulta. Él había llegado más tarde. La biblioteca estaba atestada y no hacía sino dar vueltas y más vueltas a la espera de encontrar un asiento o haciendo tiempo para que alguien se levantara. Pasaba una y otra vez cerca de Aanisa y ella se percató de la recurrencia y de su desesperación y de su agotamiento. Entonces le hizo una seña y le dijo que se sentara junto a ella hasta que encontrara un sitio desocupado. No estaban cómodos, especialmente él, que miraba con cierto reparo el hiyab negro que cubría la cabeza de la muchacha. Pero acabó aceptando la nueva situación y pasado el tiempo renunció a levantarse, seducido por la compañía y el interés de lo que estudiaba ella.
Quedaron en más ocasiones y fraguó una saludable y grata amistad que le permitió a él invitarla a una visita al campo de concentración de Sachsenhausen, a las afueras de Berlín. Recorrieron el campo sobrecogidos por las atrocidades que iban conociendo. Hacía frío, un frío tan cortante como el silencio que solo quebraba la voz del guía. Regresaron cabizbajos a la capital y se despidieron en la estación de Hauptbahnhof. Fue ella la que lo abrazó y lo retuvo durante un rato junto a sí. Antes de despedirse, Aanisa se desprendió del hiyab para arreglarse el cabello. Él la observaba con una admiración diferente y le pidió que se mantuviera sin el pañuelo durante unos instantes. Luego fue él mismo el que terminó ajustándoselo.
En el reencuentro diario en la StaatsBibliothek repetían su ubicación. Se sentaban en la misma silla ancha y compartían mesa. Al salir de allí terminaban la tarde en una tetería. Y en una ocasión hablaron de Gaza. No fue una conversación fluida, tuvo momentos en que afloró una aspereza que ambos desconocían, pero ambos sabían que era un desfiladero moral que debían atravesar en algún momento.
Terminaron sus estudios y regresó cada uno a su tierra. Solomon se afilió al Meretz, el partido de la izquierda pacifista israelí. Cada vez que su partido denuncia las tropelías de Netanyahu en la franja de Gaza Solomon recuerda a Aanisa y como responsable de prensa redacta sus comunicados como si fuera en ellos un mensaje de reconciliación.
Un día Solomon recibe un cuadro. En él hay una silla ancha, vacía, frente a una mesa donde láminas y libros que contienen pinturas de todos los tiempos se mezclan con listas de contabilidades y fórmulas mercantiles. Un hiyab de cuadros blancos y negros cubre el espaldar de la silla.
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