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La economía canaria

 

"Aeropuerto de Gran Canaria vacío" del genial Leandro Betancor Fajardo.
«Aeropuerto de Gran Canaria vacío» del genial Leandro Betancor Fajardo.

 

«Sombras del Nublo, riscales los de Tejeda. Cadenas de mis montañas», canta una de las voces más bellas que ha creado Canarias, Nazaret Díaz. Mientras la incertidumbre da vueltas en mi cabeza como un fantasma, en medio de la nada. Así está nuestra economía canaria, y la de muchas partes de nuestro planeta. Hay que ser positivos, sin duda, pero lo de nuestro turismo no tiene nombre. A mi amiga Saro se le encogió el corazón, en el sur de Gran Canaria. Estoy sin palabras. En el sur ya no se puede cantar aquel éxito de Rafaella Carrà. Los hoteles parecen cementerios, y los cementerios parecen la nada; y nuestra realidad es un algo lleno de incertidumbre. Somos migrantes en nuestra propia tierra, en nuestra propia realidad, en nuestra propia economía. Siento pena ( aunque la pena debilita a quien la siente, pero estoy así/así) por la gente, por lo que han sido sodomizados por este coronavirus. Ojalá ayuden a los que se ahogan, y a los que se ahogarán tarde o temprano porque esas ayudas no llegan ( o tardan en llegar). Quiero que Canarias vuelva a llenarse de turistas de todo el mundo. Que nos podamos tomar un algo en la barra o en la terraza, mientras abrazamos al camarero o felicitamos al dueño del local por lo bien que ha quedado la reforma. Ojalá muera el virus, y nazca una economía más fuerte: más democrática: más sólida: más fraternal para todos. «Besos de mujer canaria// Queso tierno recental». Besar sin mascarilla a una desconocida, y tomarnos el queso tierno donde y cuando nos da la gana. «¡Qué más puedo desear!»

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Pacha Mama

 

Me levanto. Son las cuatro de la mañana. Cojo la 24. Abro una bolsa. Si me sale un Actimel de fresa entre los otros sabores tendré un  día maravilloso. Todas las casas estaban cerradas. Las calles estaban escondidas en la luz tenue de las farolas. Los caminos circulaban. Yo caminaba hacia una puerta. La primera puerta está cerrada. La entrada al trabajo será por otro sitio. Pregunto. Entro por la trasera. Después de entrar se arma un motín dialéctico. Los trabajadores quieren lo que quieren: un buen salario, unas buenas mascarillas para luchar contra el fantasma multiforme del humo que quema los pulmones. El salario dignifica el trabajo, pero currar- en mi caso- me eleva más allá de los cinco euros por hora. Dos se los queda la Seguridad Social. Y tres se lo queda el esfuerzo de unos hombres. No mantengo a una familia. Vivo con mis padres aún. Mi única carga es formarme. Los compañeros discuten. No hablo. Soy novato. Veo y escucho con serenidad. Para todo hay una solución. Vino el encargado. Se solucionó el tema, después de un abrazo atlántico entre el administrativo- o el representante de la empresa- y los trabajadores. Después de una solución, entre el representante y mis compañeros. Después de ese algo, entre el repre y mis compañeros. Después de un bla-bla técnico entre él y nosotros empezamos a trabajar. Me encuentro a siete corazones, siete compañeros que me ayudaron y me abrazaron con sus conocimientos. Tanto que un compañero me llevó a la parada de la guagua que está a medio kilómetro de mi trabajo. Hablamos de negocios y de cómo está el mercado. El mercado es un reflejo de la democracia que haya en un país. Me encuentro a la reina más grande que haya existido en la civilización inca, mi Manuela. Admirada y respetada por Inti y Pacha Mama. Manuela es un género humano, un corazón que camina. Camina, caminamos; nos encontramos en la guagua para después cada uno tomar una línea distinta. Enciendo el móvil. Me encuentro con una carta recitada, una oda en prosa de la princesa de la copla y la purpurina. La purpurina simboliza la vida de un maestro, que ha volado de abajo hacia arriba como lo hacen los quetzal. Esa princesa es Ylenia, mi Yle.