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Tengo el coronavirus

 

Entrando a la farmacia me encontré con una profesora que tuve en primero de Derecho. Estaba destrozada. Creo que no era el mejor momento para saludarla. Fui al mostrador, mientras veía como esa mujer lloraba como una Juana de Castilla: «cuando me pongo a toser, la gente me mira como una apestada. Qué no tengo el coronavirus, coño». Sin lugar a dudas, quien sufre coronavirus es el «sidoso» de los años ochenta. La diferencia fundamental entre una situación y otra es la información. Hoy todos tenemos información sobre el coronavirus, pero preferimos dramatizar esta pandemia y convertir la situación en un apocalipsis. Los medios de comunicación, como dice un refrán marroquí “queman y curan”, nos alarman y nos tranquilizan. Juegan al sensacionalismo con algo muy peligroso. La gente tiene miedo, porque quiere tenerlo y/o porque se toman al pie de la letra lo que dicen los medios de comunicación. No es el fin del mundo. No hace falta hacer la compra del año en el Mercadona y entrar corriendo al súper como si el mundo dejara de existir. Relax, take it easy. Con seguir los protocolos contra el coronavirus: no saludar, no viajar a aquellos países donde existe una probabilidad importante de ser infectado, lavarse las manos con frecuencia, desinfectar la zona donde trabaja uno. Lo que me gustaría saber es why tenemos miedo al coronavirus. Detrás de ese terror está el miedo a la muerte, miedo a qué. Lo máximo que te puede pasar es estar recluido en casa o en un hospital hasta que te den el alta, ¿nos relajamos? Yo no tengo coronavirus, pero reconozco que toda la propaganda asquerosa y maliciosa por parte de ciertos medios de comunicación ha creado un ligerísimo miedo en mi inconsciente. Tengo, como todos los que consumimos noticias: Tengo coronavirus psicológico.

 

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La ley del puño y el patadón en la boca

 

Las viejas tempestades se asoman al balcón como marujas con hambre de odio y venganza. Las cosas ya no son lo que eran. El pasado es un cretino que no tiene testículos para dar la cara, mientras que el futuro es un ermitaño que renuncia a sus hijos; a sus libros por un momento de tranquilidad. Hola, ¿hay alguien ahí? Estoy solo, estamos solos: completamente solos. Perdidos. Tristes. Desnudos vestidos. Sucios bañados. Prostituidas monjas que nunca han visto varón. Adiós a esta mierda. Ya es hora de romper la ley del puño por la libertad, y el patadón en la boca por un ramo de rosas blancas que se regala el día de San Juan al enemigo.

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Es por tu culpa, puta

 

Estoy leyendo la página 76 de “El amante” de Marguerite Duras. Los gritos de los enamorados de enfrente no me dejan continuar. Todas las noches la misma historia de ira que se arregla con un polvo. Nunca han llegado a las manos. Su vida es una telenovela, cuyo escenario se desarrolla en el salón de su casa-ante la mirada de quienes vivimos enfrente de los susodichos-. Los que viven a dos manzanas también sufren los gritos nocturnos de este amor. Por las tardes lo ves dándose el lote enfrente de un supermercado. Sus hijos ya no viven con ellos. El mayor se quedó escuchando a Los Chichos hasta que se convirtió en una versión light del Vaquilla. Hemos llamado muchas veces a la policía. Es insoportable. Nunca han llegado a las manos. Se gritan en el salón, para acabar abrazados en el dormitorio. Él le dijo: «Es por tu culpa, puta». Ella no gritó. No sé si le habrá respondido.