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El Batán, el barrio mágico

 

El Batán. ©Francisco Socorro
El Batán. ©Francisco Socorro

 

No me habría importado morirme esta mañana escuchando, en mis cascos, a Cacha Castaña y La Beriso. Fue un momento feliz. Salir del trabajo con la sensación de haber hecho bien las cosas, para después cantar con toda la libertad que da la mañana- y el que no haya gente en las calles a esas horas, donde los gorriones siguen dormidos-. La arquitectura del Batán hace que sus calles tengan mucha luz, y un azul por parte de algunos edificios que tranquiliza la vista y el alma. El barrio tiene arte y humanismo, en sus personas y arquitecturas. Me gustaría vivir una temporada aquí. Seguía caminando como quien camina sin buscar nada. Caminar de felicidad hasta el barrio de San Nicolás. Había una paloma en el suelo con dos gotas de sangre, junto a la cabeza. Qué Dios la tenga en su Gloria. Esa misma paloma podría ser descendiente de Ibn Hazm de Córdoba. Una vecina me sonríe. He cantado demasiado fuerte. Sigo cantando hasta llegar a Triana. La música de los «buenos aires» empezó en el Batán y continúa en Triana.

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Quiero dejar de escribir para los demás

 

«Esperanza», Joan Miró
«Esperanza», Joan Miró

 

Quiero dejar de escribir para los demás. Me he dado cuenta que llevo mucho tiempo escribiendo para el otro. En el inconsciente colectivo tenemos una imagen: el escritor jorobado o solitario con cara de amargado. Yo no quiero eso. El escritor sufre esa angustia, porque escribe para el otro. Escribe para ganarse unos euros. Olvidándose de cómo empezó todo: del placer. Todos empezamos a escribir, porque nos gusta hasta que acabamos siendo esclavos del público- de los lectores-. Los escritores debemos mucho a los lectores, pero ellos no son lo primero. Quiero escribir para disfrutar como quien fornica, come o nada porque se lo pasa muy bien. Este silencio me ha permitido desintoxicarme de las ratas, que contaminan el universo de la palabra y el pensamiento. Escribir para ser feliz conmigo mismo y compartir para quien quiera leerlo. Son muchos los amigos y conocidos, que me han preguntado por mi ausencia. Mi ausencia tiene un nombre: paz. La paz de leer y escribir, para conocerme a mí mismo; reírme; sentir cosquillas de alegría cuando leo un texto bonito. Son tantas cosas. El aburrimiento, como le dije a un buen amigo, saca muchas cosas de mí. Ha sido un aburrimiento positivo, donde ya no existen los enemigos o los guetos literarios. Hay gente mala y buena. Pero, yo no soy Mirtha Legrand ni Moria Casán (maravillosas artistas e inteligentísimas) para discutir y hablar del personal. Hay gente que vive en la falsedad, en su propia mentira y personaje. Yo no quiero vivir en una mentira. Estoy en una búsqueda continua de lo que me aporta estabilidad y felicidad, sin pisar a nadie; negándome a las injusticias. No busco títulos, ni premios, ni besos, ni abrazos. Busco estar en paz sin fiscalizar a nadie, escribiendo en libertad. Sin adular a nadie, ni agradar a nadie: en libertad y respeto.

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Las Canteras

Quiero, pero no debo. Quiero mezclarme con el mar sin convertirme en un narcosireno. Sólo quiero pasear por la orilla. Ver el horizonte. Sentir el frío mañanero que espabila a los obreros y a ese ejército de niños- y madres- que van al colegio Fernando Guanarteme. Quiero mar. Para saciar mi espíritu tengo que ver el mar, escribió Saulo Torón. Esta frase ya forma parte del ecosistema de Las Canteras, junto a la escultura del pescador. Ese pescador- o pescadora-es el artesano que se levanta para pescar, redactar sentencias, labrar o trabajar por el progreso de toda la sociedad. Me debo a la paciencia y a estos días hermosos, donde aprovecho para estudiar y disfrutar de cada instante. Somos humanos, nos podemos adaptar a casi cualquier ecosistema. Estoy adaptado a esta situación, a pesar de tener a Las Canteras muy lejos- y a la vez muy cerca-. Pronto volveremos a escribir poemas sobre la arena, pronto nos bañaremos en las aguas sagradas de nuestra playa.