شمعة (vela)

Poner una vela enfrente del ojo izquierdo. La vela se derrite y con ella mi ojo. Se ve el esperma de la vela, que no deja de ser una expresión de dolor. Las velas lloran, mi ojo ya no. Me duele el ojo. Grito en la oscuridad. La oscuridad violada por una vela, por la luz reveladora de la vela. La vela consumida. Ana mali w mal shm3a, canta Biyouna desde el techo de la recámara: del espacio oscuro. Los ojos, ya, no son lo que eran: son dos cuevas donde el monstruo de las tinieblas toma whisky y el zumo de mi dolor. Es un egoísta que ha derretido mi ojo, mi ojo izquierdo. Me dejó el ojo derecho para ver cómo sufría, cómo dilataba mi sufrimiento en esa expresión casi mística donde el dolor va más allá de lo físico; y arranca el alma en cada gota.
El mar amenaza. Acaricia como una amante fiel (cosa difícil para los lobistas del poliamor). Alguien interrumpe estas palabras maldiciendo a Ana Torroja. Las de dos o tres sillas más allá, se defienden cantándole «Hijo de la luna» al enemigo de las mecanadas. Siguen conversando, después de haberse insultado. Las montañas me llaman, montañas de carretera con forma multiforme cuando pasas rápido en guagua o coche. En la cima de la montaña hay un cartel que maldice el muro natural (y humano, en la gran mayoría de las ocasiones) que hay entre las islas. Veo muchas plataneras en el camino. Muchas, pero no tantas como las de antaño. Estas plataneras no son imponentes como las que excitaron a los romanos, estas son esclavas de la socialdemocracia y el «me largo del campo».