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Ítaca

Salimos del túnel. Vemos la luz. El hospital de mi infancia, a lo lejos. Asoma el mar. Ya tenemos mil toneladas de agua salada, encima. El mar andrógino, dios de las narcosirenas. Giro la mirada. El puente figura como una roca casi imperfecta de las políticas urbanísticas. Las montañas se elevan. El puente no es un puente, nunca lo fue. Las montañas, sí, montañas secas que vieron sufrir a Doña Ana (la abuela de Corina) cargando mil cajas de tomate con la mirada clavada en el suelo. Los cabellos movidos por el mar y los ojos cerrados por el aire cargado de tierra. La carretera, ya, no es lo que fue. Ahora, está más dura, más humana, menos primitiva, más generosa con los automóviles que van para Las Palmas o para Ítaca.

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Vengo llegando de Tirajana

Las tierras, que hay junto a la carretera, están repletas de tomates con forma de sietes y unos, que acompañan el camino de la lectora de Camus. Está impaciente, lo sé: mueve el índice de la mano derecha con melancolía. Camus la espera, más allá de la belleza del sol y la lluvia. El argelino se impacienta. A lo lejos, muy loin, la ve venir con su coche rojo (cargada de escopetas literarias y munición de clásicos que domina como pocos). Sale de su coche. Camus llora, alarga su mano izquierda. Teté continúa apoyada en el coche, lo observa con la firmeza de una existencialista:
-Ya estoy aquí, amigo. Pronto te llevaré a Tirajana, el sol en mi tierra te dará vida: volverás a ser mortal.

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Salomón

Salomón fue inteligente cuando eligió el conocimiento, frente a todos los placeres del universo. Los mortales eligen dinero. Salud. Amor. Sí, amor: besar los labios y dormir con ese amor prohibido. Prohibido, pero deseado. Tomar las manos de papá, pedir un deseo y convertirlo en hombre sano. Pero, este no es el caso. La paradoja se esconde en qué es el conocimiento, el conocimiento es el camino: el cómo se recorre y qué puertas abrir en ese viaje. Salomón le pidió a A/D/Y todo el conocimiento del mundo (de los tres mundos: como diría un discípulo de Descartes), y supo caminar por el sendero correcto. Y ese el misterio de la vida: tomar el camino idóneo para aprender sin errar. Cosa imposible, lo sé: pero a pesar de las circunstancias, el hijo de David consiguió vivir con placer sin desear placer sino gnoseología.