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Ciao Mila Ximénez

 

 

 

 

Hay mil formas de empezar este texto sobre Mila Ximénez, porque siempre hubo múltiples personajes y personalidades dentro de ella. Fue una mujer auténtica; una figura a nivel moral y ético que ejemplifica muy bien la era televisiva que estamos viviendo: la cosa no es tener razón, ser más o menos honesto, venderse o no a la mejor productora sino saber defenderse, gritar y, por supuesto, meterle carbón a ese tren del espectáculo que es “Sálvame”. Sin duda, Sálvame es Mila Ximénez. Telecinco es Mila Ximénez, y esta época de memes también es Mila. Era una bestia, una pantera televisiva que se comía a cualquiera; era un puto miura que arrancaba hígados ( María José Galera; entre otros) y desenterraba cadáveres cada vez que la productora lo ordenaba.

 

Todo por sobrevivir, era la mujer darwiniana en medio del coto tatuado del que aprendió a jugar con fuego sin quemarse. 

 

Mila era divertida, inteligente e inocente, descarada y tímida, valiente y cobarde a partes iguales, traidora y honesta, de aquí y allá. Esa dicotomía hacía de ella un famosa atractiva, para las cámaras y los espectadores con ganas de guerra y morbo. “A la hoguera ese personaje”, le habría ordenado Adrián Madrid (creador y copropietario de La Fábrica de la Tele, donde vivió, murió y como el ave fénix volvió a resurgir esta gran dama de la telebasura); ella quejándose o llorando accedía tirando a cualquier mujer u hombre a la hoguera. ¡La inquisición! Mila quemaba a sus víctimas en la gran hoguera. Bebía ginebra, mientras miraba el espectáculo llorando. Se arrepentía, pero al día siguiente hacía lo mismo. Bebía, bebía, bebía hasta joderse el hígado; el mismo órgano que sufrió su ira desmedida y su falta de amor propio. Da igual, lo importante es la audiencia. Lo importante es ir a favor de obra, ¡cuántas veces habrá escuchado eso! Todo por la audiencia, todo por la fama, todo por la pasta, todo por ser la número uno. Se parecía mucho a Encarna, salvando las distancias. Mila detestaba a Encarna por mil cosas, y dos mil más, pero se parecían mucho, mucho, mucho. Ambas podían ser tan dulces como las nubes, y tan ácidas como la lejía. Las dos están arriba. Creo que habrá movida en el cielo. 

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El niño de la tienda de telas

 

 

 

Un poeta de finales del siglo XI defendía el poder de las dudas, para conocerse a uno mismo. Casi siempre he defendido las dudas frente a las certezas, pero la única certeza que tengo, en este momento de mi vida, es el acontecimiento histórico, literario, humano y/o explosión de amor y creatividad que ocurrirá con la presentación de Jesús Ibrahim Chamali. Estoy en blanco, quemado por la luz venida de Oriente a Occidente donde a Jesús, Issa, se le hará el reconocimiento justo y perfecto por su libro. Qué libro. No lo he leído, pero he escuchado hablar de él; es como aquel vino que solo pueden beber unos pocos. Es el vino viejo, que fermenta y madura como las grandes obras. Será difícil ir a verte a la Casa de Colón. Ya están todas las entradas online repartidas. Quiero estar, Dios mediante, unas horas antes, para presenciar el bautizo de “El niño de la tienda de telas”; vendrán los dromedarios de Madián, los de Saba traerán oro e inciensos, los taínos traerán a Cristóbal y recitarán alabanzas de Yaya en medio de esa sala, donde Jesús y su libro serán belleza; la belleza de la amistad y la literatura.