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El hombre de las aceitunas

 

Mirad al hombre moreno de pelo largo, pantalones vaqueros, sonrisa firme y ojos claros que va todos los días de casa al templo y del templo a la oficina. Su rutina cambia todos los viernes, cuando va a una cueva a esconderse del mundo porque hay que esconderse, algunas veces, de todo. Ahí está con su puñado de aceitunas. Cada aceituna que se lleva a la boca es un enemigo menos que tiene, que perdona. Se alimentaba y enterraba después los huesos, porque eso le enseñaron las piedras de esa cueva: a perdonar, a enterrar el pasado y ver con paciencia cómo crece el olivo.

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