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Los chicos (les garçons)

 

Patera.
Patera.

Todos mis amigos duermen con un sueño: despertarse con un contrato, una familia y un pasaporte para ir- y volver- de Ítaca. Ellos duermen. Yo escribo, después de trabajar. ¡Qué sensación más hermosa, mi amor! Antonio Banderas le canta a la morena, mientras la playlist pasa a otra canción. Cada uno de los que duermen tiene su propia canción, su propia sonrisa, su propia alegría. Todos compartieron trayecto con las narcosirenas, pero éstas no eran hijas de Baphomet sino de la sarna y la miseria. Hay esperanza. Duermen tranquilos. Se merecen la mejor de las suertes. Muchos han pasado por la universidad, otros han vivido tanto que ninguna cátedra podría describirlos en mil tesis. Suelo imaginármelos con coche, casa, dando clases, labrando la tierra, comprando en Zara con sus hijos. Se merecen lo más grande, porque son grandes. Sólo un grande se enfrenta con un excálibur de plástico al mar amigo, traidor.

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El Batán, el barrio mágico

 

El Batán. ©Francisco Socorro
El Batán. ©Francisco Socorro

 

No me habría importado morirme esta mañana escuchando, en mis cascos, a Cacha Castaña y La Beriso. Fue un momento feliz. Salir del trabajo con la sensación de haber hecho bien las cosas, para después cantar con toda la libertad que da la mañana- y el que no haya gente en las calles a esas horas, donde los gorriones siguen dormidos-. La arquitectura del Batán hace que sus calles tengan mucha luz, y un azul por parte de algunos edificios que tranquiliza la vista y el alma. El barrio tiene arte y humanismo, en sus personas y arquitecturas. Me gustaría vivir una temporada aquí. Seguía caminando como quien camina sin buscar nada. Caminar de felicidad hasta el barrio de San Nicolás. Había una paloma en el suelo con dos gotas de sangre, junto a la cabeza. Qué Dios la tenga en su Gloria. Esa misma paloma podría ser descendiente de Ibn Hazm de Córdoba. Una vecina me sonríe. He cantado demasiado fuerte. Sigo cantando hasta llegar a Triana. La música de los «buenos aires» empezó en el Batán y continúa en Triana.

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Quiero dejar de escribir para los demás

 

«Esperanza», Joan Miró
«Esperanza», Joan Miró

 

Quiero dejar de escribir para los demás. Me he dado cuenta que llevo mucho tiempo escribiendo para el otro. En el inconsciente colectivo tenemos una imagen: el escritor jorobado o solitario con cara de amargado. Yo no quiero eso. El escritor sufre esa angustia, porque escribe para el otro. Escribe para ganarse unos euros. Olvidándose de cómo empezó todo: del placer. Todos empezamos a escribir, porque nos gusta hasta que acabamos siendo esclavos del público- de los lectores-. Los escritores debemos mucho a los lectores, pero ellos no son lo primero. Quiero escribir para disfrutar como quien fornica, come o nada porque se lo pasa muy bien. Este silencio me ha permitido desintoxicarme de las ratas, que contaminan el universo de la palabra y el pensamiento. Escribir para ser feliz conmigo mismo y compartir para quien quiera leerlo. Son muchos los amigos y conocidos, que me han preguntado por mi ausencia. Mi ausencia tiene un nombre: paz. La paz de leer y escribir, para conocerme a mí mismo; reírme; sentir cosquillas de alegría cuando leo un texto bonito. Son tantas cosas. El aburrimiento, como le dije a un buen amigo, saca muchas cosas de mí. Ha sido un aburrimiento positivo, donde ya no existen los enemigos o los guetos literarios. Hay gente mala y buena. Pero, yo no soy Mirtha Legrand ni Moria Casán (maravillosas artistas e inteligentísimas) para discutir y hablar del personal. Hay gente que vive en la falsedad, en su propia mentira y personaje. Yo no quiero vivir en una mentira. Estoy en una búsqueda continua de lo que me aporta estabilidad y felicidad, sin pisar a nadie; negándome a las injusticias. No busco títulos, ni premios, ni besos, ni abrazos. Busco estar en paz sin fiscalizar a nadie, escribiendo en libertad. Sin adular a nadie, ni agradar a nadie: en libertad y respeto.