Sombrero vacío de existencias

 

Ponerse el sombrero es cosa de caballeros y señoras de buenas costumbres y de buenas formas. Me da igual. No sé lo que escribir, hoy. No estoy en blanco. No estoy iluminado por la experiencia. La vida de uno es su mejor artículo. Hoy no he vivido lo suficiente, o quizás no he recordado con precisión lo vivido. Quiero mi sombrero de copa- con permiso de Mihura-, ¿para qué? Para seguir viviendo, para protegerme de los vientos con polvo y mala leche, para seguir escribiendo. El mejor sombrero del intelectual es su dignidad. Una vez que la pierde puede seguir existiendo, puede seguir siendo feliz pero en una felicidad enlatada. Para ser feliz hay que quererse mucho, creo. Quererse mucho pasa por tener dignidad. Tener dignidad, por otro lado, es ser honesto con uno mismo y con la ética. Uno puede estar bien consigo mismo asesinando a ancianas, pero hay una conciencia de la ética; ahí. Una conciencia de sombreros que impide ponerte el sombrero. Hola, ¿hay alguien ahí? Dime, soy yo. ¿Quién eres? Nada, pregunto por mí mismo. ¡Váyase, aquí no hay nadie! Póngase su sombrero, y siga su caminito de Jérez.

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