Publicado el

No volveré ( te lo juro por Dios)

 

Podemos morir tan temprano, tan rápido. La vida es eso, morir. Todos existimos para morir. Una curandera senegalesa, de Bandafassi, me dijo: «La gran verdad es la muerte». Uno puede prescindir de casi todo. Puedes elegir este camino u otro, una carrera u otra, una amante u otra pero el peso de la muerte está ahí. La cabrona está ahí con su guadaña, que llega a ser graciosa. Nos vamos para no volver, aunque se empeñen en reencarnarnos en perros o ratas. ¿Volveremos? No lo sé a ciencia cierta, pero lo que sí sé es que este Yo de ahora será un pasado; un eterno pasado que ya no irá a hacer footing, ni pensará, ni escribirá, ni cenará con su amante, ni nada. Todo es nada en términos físicos, después de la muerte. Nos veremos con Dios, en mi opinión. Tomaré té de néctar. Conversaré con Él en glosolalia. En cualquier caso, la vida como concepto seguirá existiendo como el amor en el corazón de las buenas personas.

Publicado el

Literatura látex

 

Arturo Pérez-Reverte, el embajador de los condones multiusos. ©José Luis Roca
Arturo Pérez-Reverte, el embajador de los condones multiusos. ©José Luis Roca

 

Existe una literatura látex que provoca arcadas. Escriben sobre lo mismo, hablan de lo mismo, ríen y discuten sobre lo mismo; lo peor es que los temas y el estilo es el mismo. Para ellos la literatura sólo se entiende con preservativos. Repugnante. Comparten el mismo condón, después de cada coito literario. Casi todos padecen ETS que provocan dolor, angustia y ansiedad en sus partes íntimas. Dicen creer en la libertad, pero hasta para copular tienen un código. Deben hacerlo a una hora concreta, con personas afines y con un esquema ideológico concreto. Sólo fornican entre ellos y por eso muchos tienen lo que tienen. Han recurrido a casi todos los médicos con la intensión de curarse. «Dejad de hacerlo», les dice el médico pero ellos continúan esa orgía de cuernos y vómitos sintácticos. Acuchillan a su colega para después follarse el cadáver. Se venden y compran. No creen en la independencia, por eso escriben y existen con miedo. Beben de sus propios vómitos para seguir creyendo en sí mismos, o el de sus camaleónicos aduladores. Viven en San Borondón sin conexión a internet, pero se creen inmortales.