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Mi querida España

Lienzo de la La Chunga. ©La Chunga.
Cuadro de La Chunga. © La Chunga.

En esta época, querida España, todos te adoran y respetan. Todos gritan con el pecho lleno de aire: ¡Viva España! España se pone tímida con ese «viva», que es como un «óle» bien dicho. Viva España, dice el demócrata. Viva España, dice el fascista. Viva España, dice el socialdemócrata. Viva España, dice un ejército de marujas con carrito de camino al Mercado Central. Viva España, grita una coleta sin caspa. Viva España, dice un hombre con gafas de sol desde un avión socialista. Viva España, dicen los poetas. Viva España, dicen las naranjas. Viva España, dicen los brócolis. Viva España, grita un gato en su séptima vida. Viva España, dice la pulserita bicolor. Viva España, dicen las gaviotas azules. Viva España, afirma una congregación evangélica. Viva España, dice un mahometano español. Viva España, escribe un liberal. Viva España, recitó Pemán. Viva España, gritan las feministas. Viva España, gime la puta respetuosa (de Sartre). Viva España, exclaman desde un bar de alcohólicos. Viva España, cantan desde un instituto público. Viva España, es el manifiesto de un grupo LGBTIQ. Viva España, grita una jauría de perros mientras los camaleones cambian de color. Viva España, dicen los honestos. Viva España, dicen los vendidos. Viva España, dicen los trepas. Viva España, dice una gorda a punto de comerse un bollo de chocolate. Viva España, dice un estudiante a punto de pirarse a Alemania. Viva España, grita un servidor a la patria. Viva España, dice el Estado. Viva España, gime la nación. Viva España, escribió José Antonio Primo de Rivera. Viva España, pensó Jorge Santayana. Viva España, afirma un repúblico. Viva España, le dice Maimónides a Averroes. Viva España, le chilla Quevedo a Cervantes. Viva España, dice Vargas Llosa mientras la Presley canta por bulerías en Manila o Arequipa. Viva España, dice un monárquico octogenario. Viva España, dijo un afrancesado. Viva España, dice la leyenda negra que recorre nuestra geografía espiritual. Viva España, dicen los políticos. Viva España, interpretaron todos.

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Los que hablan de telebasura son racistas intelectuales, según el italiano

 

Mila Ximénez de Cisneros Rebollo retratada por Antonio Decinti.©Mediaset España
Mila Ximénez de Cisneros Rebollo retratada por Antonio Decinti. ©Mediaset España

Almodóvar escribió para el guión de «Volver»: « Es que la telebasura tiene algo. Yo cuando me siento delante del televisor, no puedo dejarlo. Mira, me voy sintiendo cada vez peor, pero no me puedo levantar. Para mí es como una droga». La telebasura tiene algo, aunque no me gusta catalogar de «basura» a las cosas. ¿Por qué no llamarlo telealternativa? Este concepto de televisión no es exclusivo de analfabetos, como dicen por ahí. Grandes intelectuales simpatizan con este formato televisivo; se entretienen con los ataques de histeria de Mila Ximénez cuando le sacan su pasado con Emilio Rodríguez Menéndez, o con las salidas de tono de la princess del pueblo. A Roberto Bolaño le encantaban los espectáculos- excitantes y bochornosos, a la vez- de “Crónicas marcianas”. En la misma línea, se encuentra el genial filósofo Gustavo Bueno y su pasión por la primera edición de «Gran Hermano»; pasión que queda reflejada en su libro “Telebasura y democracia”. Jiménez Losantos comenta, de lunes a viernes, la actualidad (basura, según los hipócritas) del faranduleo. «Es una cosa divertida, me entretiene», según el autor de “Memorias del comunismo”. Me niego a que siga llamándose telebasura de forma despectiva a un trabajo intelectual, creativo que merece cierto respeto. También es cierto que no toda la telebasura (telealternativa) vale lo mismo. No están al mismo nivel, intelectual-televisivo ni creativo, Isabel Presley y Chabelita; o una Diana de Gales que no tiene nada que ver con Belén Esteban. A todo esto se debe añadir que cualquiera es famoso, hoy. Si mañana me sacan unas fotos junto a Isabel Pantoja, ligero de ropa y encima de un sofá: tendré mis quince minutos de fama, como afirmó Warhol. Si me agarro bien a esos quince minutos de fama; podrán convertirse en veinte años como los que lleva Belén Esteban Menéndez viviendo de su drama (tragicomedia poliédrica, según Alaska). En términos éticos, y sin parecer contradictorio, llamar a algo/alguien basura es inadecuado. Pero, en términos “científicos” lo que hace Sálvame (o lo que hacía Tómbola, o el mismo Sardá) es sacar bolsas que gotean apestosa moralidad para que suba el share; y por consiguiente las cotizaciones en bolsa de Mediaset: en nombre del Padre, del Hijo y del espíritu de Vasile. La telebasura española es una cosa muy intensa. Ver a una princesa intoxicada por la harina de maíz, te rompe el alma. O contemplar como una Ximénez acaba consigo misma, cuando se enfrenta a los que la llaman « Ginebrez» es igual de duro. La telebasura es amoral. Es un bolsa de excrementos que alimenta a productores, tertulianos, psicópatas de la sociedad del espectáculo, asesinos gramaticales y a los que vemos este género televisivo, esta escuela televisiva. Esta tele es lo que es: creatividad, ira, originalidad, frustración, polémica. Me gusta, aunque a veces sienta vergüenza ajena. Insisto: sí veo telebasura, aunque muchos se niegan a reconocerlo.

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Lo erótico (pornográfico)

 

Estoy por la labor de rezar un Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino (…) Amén por todos aquellos que se desnudan en las redes y crean tener un amigo en su móvil. Todo en esta vida tiene un coste de oportunidad. El coste de esta era digital está en renunciar a la intimidad. Cualquier adolescente imberbe, cualquier frustrado con unos conocimientos mínimos en programas de virus/software puede invadir tu sagrada intimidad. Puede entrar como un barco en una casa. Puede arrasar con todo, con él o ella. Conocerá tus secretos en diez clics. ¿Y después? Solo nos quedará rezar un «Padre nuestro» por todos los ingenuos, por todos los inconscientes, por todos los ignorantes que confían en un cuchillo tan afilado como internet. Cuchillo carnívoro que devora a familias, saca las arañas del armario o simplemente te fastidia la vida. Lo de mi generación no tiene nombre. ¿Cómo es posible que publiques un vídeo fumando porro en las historias de Instagram? ¿En qué mundo estamos? Pero, ¿este qué es? Tarde o temprano saldrá a la luz ese vídeo, cuando menos te lo esperas: cuando tengas hijos a los que educar o alumnos a los que enseñar. Hay que tener más cuidado con las redes. Antes tenías una intimidad para ti, hoy le pertenece a cualquiera: uno te hace una foto, otro puede pagar unos euros al hacker de turno para saber de ti. Quieren saber de mi vida privada, como dice aquella canción de Don Luis Valls Bosch, interpretada magníficamente por Erika Leiva. Una de las múltiples naturalezas del ser humano es saber de los demás y jugar al doble juego de la hipocresía. Critican a los que se entrometen en la vida ajena, pero no se diferencian mucho, de ellos, mientras cantan «no puedo con la gente que tiene hipocresía». El ser humano es tan especial, pero más allá de las fotos/documentos azules, verdes, rojos, amarillos que tengas en tu dispositivo; llamémoslo móvil (por ser lo más familiar en la vida humana): uno debe- como dice la canción- seguir su camino «como el peregrino (…) ¿por qué somos así?». Hay que tirar pa’lante como un torito de miura, aunque sepan de ti; aunque invadan tu intimidad hay que caminar- insisto- pa’lante. Lo de mis contemporáneos no tiene nombre. Cada dos por tres- expresión popular donde las haya- sale un vídeo de una joven manteniendo relaciones sexuales con un chico. El vídeo se difunde. La joven sale llorando, quejándose, prometiendo venganza. Denuncia, pero para la gran mayoría de la sociedad es considerada- desgraciadamente– una prostituta. Él es un titán, ella no. Ella es una cualquiera (según la sociedad patriarcal de estas generaciones Z y millennial) aunque la culpa- y la gran culpa- está en él, pero esta sociedad machista es lo que es. Ay, nadie se solidarizó con la última víctima. Todos la machacaron, casi todos quisieron acabar con ella por Instagram. Comentarios jocosos, insultos, fotografías fálicas donde aparece su rostro. Tuvo que cerrar su cuenta de Instagram. Esa veinteañera continúa encerrada en su casa. No le pasó lo mismo a A. V. cuando le hackearon el móvil. Todos supimos de su fisiología. Fue un golpe duro, pero se lo tomó a risa. Acabó siendo actriz porno en Barcelona. «Porque es pecado mortal hablar de los demás», cantó Erika Leiva mientras miles, miles de mujeres y hombres elevan su categoría humana encima del chismorreo y el qué dirán y qué debo/ puedo hacer para acabar con el otro. Quisieron eliminar la memoria del dispositivo, pero el big data sigue atentando contra la intimidad como un espíritu maligno.