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César Emilio González Déniz

Emilio González Déniz © Arcadio Suárez
Emilio González Déniz © Arcadio Suárez

La imagen que acompaña este texto demuestra la fisonomía de buena persona del premiado, Don Emilio González Déniz. Un hombre libre y honesto con la literatura y con la sociedad. ¿Qué puedo decirte, querido Emilio? La literatura está de fiesta. Acabo de verla en una manifestación con una pancarta grande, donde se lee lo siguiente: “Premiando a Emilio, premiamos a uno de mis mejores amigos”. Emilio es eso: el buen amigo de la literatura, comprometido con su tiempo, con la belleza de la palabra y las ideas. El César pudo ser inmortal ante los ojos de la historia, e incluso ante sus súbditos. Emilio es un mortal, no necesita a nadie en su cuadriga: es un hombre consciente de su condición de ser humano, porque Emilio es un ser humano de espíritu inmortal. Su cuerpo, como el de todos los seres humanos, se marchitará pero su literatura será la lectura y la salvación de quienes aman- o se acercan- a la belleza de la escritura pensada. Insisto, si en el carro de nuestro César Emilio hubiera algo sería su corazón plateado y dorado donde los dioses se miran cuando se olvidan de su condición de inmortales.

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Templo

 

©Javier Valido
©Javier Valido

Descampado seco. Los animales se niegan a pasar por él. Todo está muerto. El templo de enfrente intenta no caerse. Recorriendo el mundo; me topé con este espacio donde azota la sed, el hambre y una extraña melancolía que se siente como “alegría”. Los pocos que viven por aquí parecen alegres. Te dan los buenos días y te invitan a pasar tres noches en su casa. El descampado huele a muerte. Las gentes de aquí parecen muertos sonrientes: delgados, consumidos por el sol. Paso tres noches en casa de unos vecinos. ¡Qué Dios se lo pague! Quiero rezar. Hace tiempo que no me confieso. No hay iglesias por aquí. Vi una mezquita inclinada a lo lejos. Entré descalzo, solo y con ánimos de rezar. Eso hice más allá de cualquier dogma. Llegué a otra aldea. No había mezquitas. Entré a la sinagoga y recé como lo hizo, cronológicamente, Abraham: Moisés: Confucio: Cristo: Mahoma: Spinoza.

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Elogio de lo invisible

 

Elogio de lo invisible ©Juan Carlos de Sancho
Elogio de lo invisible ©Juan Carlos de Sancho.

Iba a escribir este artículo encima de la cama a lo Voltaire. Me acuesto enfrente del ordenador, después de abrir la cortina. Uno debe escribir con luz, me enseñó una amiga. Al final me decido por el escritorio. Me sigue molestando la espalda. Hace tiempo que no me paso por el gimnasio. Hoy, no iré al gimnasio o sí. Iré al gimnasio de la filosofía, donde Séneca hace cardio y Platón hace mancuernas sin parar, mientras seis actores representan el universo de universos de Juan Carlos de Sancho. Estaré a las ocho de la tarde en el Club La Provincia, hoy. 133 conceptos filosóficos conforman su libro Elogio de lo invisible. ¡Oh, 133, número simbólico donde los haya! Este número, según la numerología es: «Los maestros ascendidos están trabajando contigo en tus procesos de pensamiento». Los mismos maestros, en uno solo que poetiza y reflexiona con la utopía (¡qué nos salvará de la aniquilación!) o la inspiración que nace del artista, cuando ve volar a los dioses en libertad. Las alas del pensamiento libre, tituló su artículo Nora Navarro: las alas que hacen invisible la realidad de los dioses-humanos, de los superhumanos.