Salomón
Salomón fue inteligente cuando eligió el conocimiento, frente a todos los placeres del universo. Los mortales eligen dinero. Salud. Amor. Sí, amor: besar los labios y dormir con ese amor prohibido. Prohibido, pero deseado. Tomar las manos de papá, pedir un deseo y convertirlo en hombre sano. Pero, este no es el caso. La paradoja se esconde en qué es el conocimiento, el conocimiento es el camino: el cómo se recorre y qué puertas abrir en ese viaje. Salomón le pidió a A/D/Y todo el conocimiento del mundo (de los tres mundos: como diría un discípulo de Descartes), y supo caminar por el sendero correcto. Y ese el misterio de la vida: tomar el camino idóneo para aprender sin errar. Cosa imposible, lo sé: pero a pesar de las circunstancias, el hijo de David consiguió vivir con placer sin desear placer sino gnoseología.

El mar amenaza. Acaricia como una amante fiel (cosa difícil para los lobistas del poliamor). Alguien interrumpe estas palabras maldiciendo a Ana Torroja. Las de dos o tres sillas más allá, se defienden cantándole «Hijo de la luna» al enemigo de las mecanadas. Siguen conversando, después de haberse insultado. Las montañas me llaman, montañas de carretera con forma multiforme cuando pasas rápido en guagua o coche. En la cima de la montaña hay un cartel que maldice el muro natural (y humano, en la gran mayoría de las ocasiones) que hay entre las islas. Veo muchas plataneras en el camino. Muchas, pero no tantas como las de antaño. Estas plataneras no son imponentes como las que excitaron a los romanos, estas son esclavas de la socialdemocracia y el «me largo del campo».