
Cuando escuchamos a nuestros hermanos mexicanos gritar con orgullo y alegría: «¡Viva México», no nos escandalizamos o acusamos al personal de fascista. En cambio, cuando se trata de España la cosa cambia. Se transforma esa alegría en un monstruo con mil dedos, dedos gruesos y de largas uñas que acusan con mil adjetivos a quien se atreva a afirmar: ¡Viva España! Seamos realistas, el régimen anterior explotó ese «Viva España» a su manera que no es la nuestra. Franco y sus campañas publicitarias nacen del nacionalismo, es decir del odio al otro. Y si a esto le añadimos, el complejo de vergüenza e inferioridad derivado de la leyenda negra que pesa sobre España: pues, lo llevamos claro. Es cierto, que muchos españoles se sienten avergonzados del colonialismo español pero la cuestión no está en avergonzarse o en crearse una culpabilidad ante las otras naciones del mundo: esa no es la vía, porque la culpabilidad nos hace ser/estar débiles como nación. Los ingleses, los americanos o los mismos alemanes se avergüenzan de determinados episodios de su historia moderna o antigua, pero caminan hacia el progreso; no se sientan en el sofá de la culpabilidad y el remordimiento. La cuestión: mis abuelos aceptaron un sistema fascista o nacionalsocialista, pero no es mi culpa. Condeno la actitud de mis antepasados, pero no es culpa mía y por ello mi única labor debe ser mirar hacia el futuro. De ahí el lema: «para atrás ni para coger impulso». El pasado, pasado está. La cuestión está en pensar en el presente, cuando enfocamos nuestra existencia desde el presente hacia el ahora o hacia un mañana: la cosa cambia, ese nacionalismo: ese odio al otro, esa envidia hacia el otro, ese complejo de nación más modesta que se trasforma en patriotismo, en amor hacia los tuyos- como dijo el gran provocador Romain Gary-. Y por consiguiente quien ama a los suyos, ama a los otros.
Amando a España, y afirmando con total énfasis: ¡Viva España!, estoy elogiando a mi nación y a todas las naciones del mundo.
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