Jamal Khashoggi

Tawakkul Karman, nobel de la Paz, manifestándose a las puertas de la Embajada de Arabia Saudí en Estambul ©WSJ
Tawakkul Karman, nobel de la Paz, manifestándose a las puertas de la Embajada de Arabia Saudí en Estambul ©WSJ

Jamal Khashoggi es un intelectual comprometido con el progreso. El pensador que cuestionaba al poder habiendo nacido en una las cunas más adineradas de Arabia Saudí. Director de medios de comunicación, articulista, hombre culto y valiente que empleó sus fuerzas y la tinta de su bolígrafo en defender una «Democratización de Arabia Saudí y el mundo árabe». Crítico con la política de Mohamed Bin Salman (príncipe heredero y apoderado de su padre minusválido), y voz disidente contra el bloqueo de relaciones y aislamiento a Qatar, o los millones invertidos en sangre y banderas negras. Nuestro amigo Jamal Khashoggi fue un hombre, un hombre libre que escribió a favor de la libertad y en contra de los tiranos con los que comparte sangre. Pero, la sangre no marca en estos casos: se rebeló contra esa oligarquía de analfabetos con millones de dólares, analfabetos diplomados en fiestas y orgías perpetuas. El no quiso esa vida, se entregó al pensamiento y a la libertad. Tomó la libertad: voló hacia el exilio. El exilio de los que le permitieron escribir. Hoy, no sabemos dónde está nuestro compañero Jamal Khashoggi: fue a la Embajada de Arabia Saudí en Estambul para arreglar unos papeles. Entró. Desapareció. ¿Lo secuestraron? ¿Estará en otra dimensión? ¿Se perdió de camino al despacho del embajador? ¿Está escondido en alguna parte subterránea de la Embajada? O quizás, supuestamente, vinieron los quince de Arabia Saudita y se lo llevaron en dos helicópteros hacia Ryad. Son tantas las hipótesis, pero la única realidad es: JAMAL KHASHOGGI DEBE APARECER, esté donde esté. Y si no aparece, la Comunidad Internacional debe presionar con firmeza a quienes lo han hecho desparecer. Presionar hasta que confiesen. Por consiguiente, debo felicitar a Richard Branson, a los directivos de The New York Times, a la directora de The Economist y a todos aquellos empresarios/intelectuales/Estados que se han manifestado en contra de este suceso. Quienes lo secuestraron- no sé quiénes son, por ahora- creyeron que la Comunidad Internacional no iba a ser nada o no se enteraría. Lo típico, mato o secuestro a un intelectual o a un futuro intelectual creyendo que no va a pasar nada. Casi nunca pasa nada, ¿cuántos intelectuales no están amenazados, o han sido secuestrados este año sin que trasciendan sus nombre a la opinión pública? Con Jamal Khashoggi sí pasó: todos supimos de su desaparición, muy pronto se sabrá la verdad.

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