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Miradas

La mirada de una feminista con velo es un murciélago en busca de alguna caverna. Hablar, en voz de Nawal Saadawi o la misma Fatima Mernissi, de feminismo y velo es como mezclar agua con aceite; son mezclas incompatibles. Es cierto, que hoy existe una ola de jóvenes de mi edad que defienden un velo libre. Son mujeres jóvenes, formadas en occidente- otras en la cultura occidental- que se definen como feministas y se ponen velo. Esto es una contradicción si me permite la corrección la portadora del murciélago, porque sabe que el velo- hoy por hoy; hoy por hoy, repito- es una política de Estado para silenciar a la otra mitad de la sociedad; y en algunos territorios mahometanos a la gran mayoría de la sociedad formada por mujeres. Tal y como está el panorama, referirse al velo como símbolo de libertad es como si yo volara encima de un murciélago: caería sin apenas subirme al mismo. Si uno analiza los textos coránicos (llámese sura de las mujeres, los comentarios de Al- Bujari o los del místico Algacel) se da cuenta, que el velo fue un fenómeno creado para diferenciar entre las mujeres musulmanas y politeístas de la península arábiga de la época. Además del factor sexual: la mujer como objeto de deseo. Hoy, el velo no tiene una base argumental para defenderse. Las feministas, o las supuestas feministas, no saben lo que dicen cuando se tapan la cabeza voluntariamente para ir a la facultad. No saben lo que dicen, el deseo sexual está en la mirada del otro; y en la de uno incluso. El velo no hará nada, eres una mujer y poniéndote el hijab te estás cosificando como elemento sexual; y estás creando un barrera entre tú, portadora del velo, y el otro. ¿Acaso te obliga el corán? Olvídate de lo que diga el imán del Estado, ¿te obliga el corán? ¿Te lo recomienda el corán? Con el hijab te apartarás de la sociedad, pero con el niqab (esa masa opaca) desapareces como individuo, como sujeto pensante: como mujer.
El niqab o el hijab como elemento físico no son elementos positivos para una sociedad. Estos elementos deben ser discursos, deben ser una forma de vida- para quien la quiera llevar- y no un trozo de tela que muchas- occidentales- no saben ni porqué se lo ponen.

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Oriente

Mis rodillas se están acostumbrando a este ecosistema de murciélagos negros. Los murciélagos azules, ya, forman parte de mi pasado pakistaní. Todo es pasado. Ahora, me debo a este país de islas artificiales: el primer mundo para los que buscamos montañas de pan. Encontrarás montañas de pan y ríos de miel en todas las plazas de los beduinos, me dijo un compañero de la Facultad. Cierto, encontré a beduinos que renuncian a su pasado… ¿Debo decir esto? Sé que después de estas palabras, me deportarán a Pakistán; o me denieguen el visado (tan valioso como un poema de Ibn Arabi o Rumi, o el mismo Corán), pero la verdad debe ser conocida por los otros. ¿Acaso la desconocen? Aquí, en la capital, casi todos los extranjeros estamos en el mismo saco. Un saco mordido con olor a sudor y a cerrado. Apesta la moralidad, la doble moralidad de nuestros amigos que nos devoran (como un perro a un cerdo recién nacido) y nos explotan. El trabajo es respeto, me enseñaron en la escuela de mis padres; estas gentes no respetan, somos esclavos. Están tan reprimidos por su pasado desértico, árido, de murciélagos y escorpiones que no saben qué hacer para sentirse algo. No se sienten civilización. Desconocen lo que es la civilización y la historia, ¿acaso desconocen que la historia es cíclica como afirmó Hegel? Queremos paz, trabajamos para vuestros rascacielos. Para vuestros contenedores, para vuestras familias, para vuestras playas, para vuestro crecimiento como sociedad. Pero, merecemos un respeto aunque no seamos de aquí.