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Oriente

Mis rodillas se están acostumbrando a este ecosistema de murciélagos negros. Los murciélagos azules, ya, forman parte de mi pasado pakistaní. Todo es pasado. Ahora, me debo a este país de islas artificiales: el primer mundo para los que buscamos montañas de pan. Encontrarás montañas de pan y ríos de miel en todas las plazas de los beduinos, me dijo un compañero de la Facultad. Cierto, encontré a beduinos que renuncian a su pasado… ¿Debo decir esto? Sé que después de estas palabras, me deportarán a Pakistán; o me denieguen el visado (tan valioso como un poema de Ibn Arabi o Rumi, o el mismo Corán), pero la verdad debe ser conocida por los otros. ¿Acaso la desconocen? Aquí, en la capital, casi todos los extranjeros estamos en el mismo saco. Un saco mordido con olor a sudor y a cerrado. Apesta la moralidad, la doble moralidad de nuestros amigos que nos devoran (como un perro a un cerdo recién nacido) y nos explotan. El trabajo es respeto, me enseñaron en la escuela de mis padres; estas gentes no respetan, somos esclavos. Están tan reprimidos por su pasado desértico, árido, de murciélagos y escorpiones que no saben qué hacer para sentirse algo. No se sienten civilización. Desconocen lo que es la civilización y la historia, ¿acaso desconocen que la historia es cíclica como afirmó Hegel? Queremos paz, trabajamos para vuestros rascacielos. Para vuestros contenedores, para vuestras familias, para vuestras playas, para vuestro crecimiento como sociedad. Pero, merecemos un respeto aunque no seamos de aquí.

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