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En el solsticio de verano

¡A la hoguera!
Echemos a las llamas las mentiras, calumnias o injurias que arman quienes viven
en la frustración, la envidia y el fracaso propio del que culpan a los demás.
Quememos el odio, sea cual sea su tamaño, porque una leve brizna de su esencia
se multiplica en el infecto alimento de sí mismo; tan putrefacto es el que pone sal
en las heridas y las ilusiones como el que genera catástrofes humanas de
dimensiones bíblicas. Solo es cuestión de oportunidad.
Prendamos fuego a la indiferencia que nos hace cerrar los ojos ante el sufrimiento
ajeno, y enviemos al olvido las ofensas, murmuraciones, traiciones e infamias
que nos pesan en el orgullo.
***
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Mantengamos siempre lejos del fuego la memoria de los afectos,
la fuerza de la generosidad y el peso de la lealtad.
¡FELIZ SOLSTICIO DE VERANO!


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La fascinación, esa trampa

La mayor parte de las personas pueden sentirse atraídas de manera irresistible por algo, que también suele ser una idea engañosa. Puede pasar en ciertos momentos de la vida, y a veces ese momento se alarga hasta el punto de que, en algunos casos, puede ocupar muchos años o incluso la vida entera. Es una especie de adicción mental que abarca todo lo que nos rodea, incluyéndonos a cada uno. Francis Scott Fitzgerald estaba fascinado por la riqueza, lo que se trasluce en su novela El Gran Gastby; para él los ricos eran una especie de aristocracia elegida y respetable porque así se había establecido por una combinación morganática entre sociedad y naturaleza. Esta idea enlaza con una manera de pensar parecida que expresaba en sus cartas nada menos que el Cervantes en lengua alemana Johann Wolfgang von Goethe, que se debatía entre su amor por su patria y su admiración ilimitada hacia Napoleón. Esa fascinación por el poder no es exclusiva de Goethe, y no me refiero a quienes se arriman al sol que más calienta para medrar, sino admiración en sí misma de alguien que no necesita del poder para ser reconocido, como es el caso de García Márquez, IMG_5673.jpgabducido por el propio concepto de poder como él mismo admitió más de una vez. Luego está la fascinación hacia uno mismo, que se iguala con la perfección en la valoración propia; son adorados y desprecian esa rendición ajena porque en realidad lo que les colma es la perfección, que creen poseer, lo cual a veces se acerca a la verdad. Es el caso de Herbert Von Karajan, a quien el aplauso y el halago le importaban poco porque sabía lo que hacía cada noche en el escenario; o esa vida fugitiva hacia el anonimato de escritores muy celebrados, como Thomas Pynchon y Juan Rulfo, aunque el paradigma de esa fobia a ser visto es J.D. Salinger, que algunos psicólogos interpretan como una muestra de soberbia, al considerar inconscientemente que la gente no merece su presencia y menos su simpatía.
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Sira color de acuarela

sira11.jpgComo diría el poeta Miguel Hernández, en Gran Canaria, su isla y la mía, se me ha muerto como del rayo mi amiga la gran artista Sira Ascanio. Fue siempre una mujer singular, que vibraba escuchando Piensa en mí cantada por Luz Casal, metiéndose en las abstracciones de Kandinsky, que coleccionaba copas de cristal y amigos, que sufría por este país machadiano de charanga y pandereta, que en otra vida de ficción fue Ginebra en Camelot o decía que tal vez un pez o un delfín (yo creo que una sirena), esa mujer se ha ido dejando un rastro de luz que se le escapaba en todo lo que hacía. Por cronología, por postulados estéticos y por contenidos vitales, debiera figurar en la generación del setenta, pero entonces la vida personal la absorbía, asunto crónico por desgracia en las mujeres. Continuar leyendo «Sira color de acuarela»