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España siempre llega tarde

 

 

España tiene un sistema democrático similar a lo que llamamos países de nuestro entorno, y encima preside este semestre la UE. El presidente de Francia, el canciller de Alemania, el primer ministro del Reino Unido y el Secretario de Estado de Estados Unidos advierten a Israel sobre la matanza de civiles en Gaza y le urgen a respetar los Derechos Humanos más básicos, previo reconocimiento de que el ataque de Hamás el 7 de octubre fue un terrible acto terrorista que costó 1.200 muertos y centenares de personas secuestradas. Vienen a decirle que la respuesta ha de ser policial, no militar, y en su caso tratando de preservar la vida de inocentes. Israel, como siempre, hace oídos sordos pero ni siquiera se cabrea. Resulta curioso que el presidente del gobierno de España (y ahora de Europa), habla a Israel en los mismos términos e iguales argumentos que los antes mencionados, y se monta un follón diplomático de primer orden, bien alentado desde España por las medias verdades de los dirigentes del PP echados al monte, con Aznar bendiciendo desde su tarima sagrada que no se sabe muy bien de dónde ha salido. Lo curioso es que hay gente que cree ese batiburrillo de disparates.

 

 

Habría que repensar esa idea de que, no solo los trapos sucios se lavan en casa, sino que habría que abstenerse de ensuciar trapos limpios. Esa política extraña por la que, tanto el PP como los nacionalistas, para cualquier cosa que no les guste en política interna, buscan el apoyo del primo de Zumosol en Bruselas, es la que ayuda a deteriorar la imagen de España, y de que Israel se atreva a tomarnos como chivo expiatorio de lo que quisiera decirle a los otros cuatro, pero no lo hace porque depende de ellos económica y militarmente. Aparte de estas “ayudas” internas, es más que una evidencia que España, no solo llega tarde a Europa, al Estado de Bienestar y a la democracia, sino que literalmente no llega, porque, si tenemos que anclar en una fecha nuestra Transición, la Constitución de 1978 es clave. Es el año de la llegada al pontificado de Juan Pablo II; al año siguiente, Margaret Thatcher tomaría las riendas del gobierno británico, y en 1980 Reagan sería elegido presidente de Estados Unidos. Ya estaban repartidas las cartas del nuevo juego y sus jugadores con muchas bazas en la bocamanga. Que saltara la banca del status quo era solo cuestión de tiempo. La idea era que había que dejarse de monsergas, acabar con la URSS y como consecuencia ya no sería necesario el Estado de Bienestar como coartada. La combinación socialdemocracia/democracia cristiana, que creó un sistema en Europa que no tiene parangón en la Historia, ya empezaba a agrietarse cuando España puso el primer pie en el estribo de un tren que sus pilotos trataban de descarrilar. Los avances económicos, sociales y políticos que se produjeron en países del centro y norte de Europa quedarían ya en el ADN de las siguientes generaciones y por eso hoy las crisis les han golpeado menos. Italia es la excepción, que estuvo en ese tren desde el principio, pero lo fue perdiendo por la corrupción endémica y la perpetuación de otros genes políticos decimonónicos. Así que, cuando España llegó, aunque seguía la juerga, la orquesta ya había dejado de tocar.

 

Como puede apreciarse, los intentos de “resurrección” de la socialdemocracia se van desinflando. En Grecia, en Italia y en Francia ya solo es una fuerza testimonial en sus parlamentos, aguanta a duras penas en Alemania y ya está fuera del poder en Holanda, Suecia, Reino Unido y bajando, a ver qué pasará en Portugal en las elecciones de principio de año. Pedro Sánchez aguanta “de aquella manera” y se admiten apuestas de cómo va a terminar la función de esta temporada. Con los pies de barro de nuestra democracia y nuestros compatriotas escarbando en el firme, no es raro que Netanyahu tome al gobierno español por un saco de entrenamiento pugilístico para descargar la rabia por no poder subirse a las barbas de quienes realmente lo mantienen. Por lo que veo, cualquier intento de sacar la cabeza del agua es fagocitado por la inercia imperante, que se me antoja tan ciega que puede estar cebando monstruos que ni siquiera los más ultraliberales deseaban. Porque esos engendros sobrevenidos que tanto aplauden quienes se hacen llamar centro-derecha, mientras se sirven de primero a la izquierda pura y dura y de segundo a la socialdemocracia, de postre tienen la costumbre de devorar a la propia derecha moderada.

 

Espero que, tanto unos como otros, dejen de hacer disparates que solo conducen a la propia destrucción, porque el listado de necesidades urgentes de la población y del propio planeta no puede esperar. Poco va a importar a quienes forman las crecientes colas del hambre que unos de aquí o de allá se reúnan en Ginebra, que los partidos más a la derecha griten que han roto relaciones o que Pablo Iglesias quiera crearse la imagen de salvador frustrado de los pobres. La gente quiere vivir antes de que el planeta huela a chamuscado, pero supongo que eso no es competencia de los gobiernos, los partidos políticos o las instituciones. Feliz puente de diciembre, de momento.

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