Celeste Martins Caseiro vivía en las afueras de Lisboa, en Frexeira, y trabajaba de camarera en un bar que nunca cerraba y que daba café, bocadillos y urgentes filetes de carne y pescado hechos en la plancha de gas butano que estaba detrás de la barra. Allí paraban los puesteros del mercado de la rúa de São Bento, cerca del palacete en el que residía el Presidente Caetano, que seis años antes había sustituido a Oliveira Salazar, el creador en 1933 de una dictadura que llamó eufemísticamente Estado Novo. También llenaban las madrugadas y amaneceres del bar los transeúntes que tenían alguna actividad relacionada con el mercado. Celeste completaba sus ingresos de camarera madrugadora vendiendo claveles a los clientes. En media ciudad era conocida como “La Camarera Florista”.
La medianoche del 24 al 25 de abril de 1974, después de que la canción Grândola, Vila Morena sonara por la radio en la voz de José Afonso como contraseña, los militares salieron de sus cuarteles, dispuestos a terminar con aquella dictadura que sobrepasaba ya los cuarenta años, y que estaba costando a Portugal el sacrificio de jóvenes, soldados por obligación, en las guerras coloniales. Por la puerta del bar donde trabajaba Celeste pasaban los tanques, que se dirigían a rodear la residencia presidencial de São Bento. Aquella madrugada, casi no tuvo trabajo, nadie se atrevía a salir a la calle, y por ello tampoco pudo vender las dos docenas claveles que había traído para esa jornada.
A las ocho de la mañana, cuando acabó su turno, Celeste echó a caminar con su cubo de claveles para ver si funcionaba el tranvía que pasaba cuatro calles más allá. Caminaba por la Calçada da Estrela, viendo desde aquel montículo de la parte alta de Lisboa cómo se reflejaba el Sol levantándose sobre las aguas del Tajo. Estaba asustada, porque no sabía qué iba a pasar, con tantos militares en las calles y la agitación de los camiones del ejército y las tanquetas de la policía, que se movían sin rumbo fijo por las calles y avenidas del barrio residencial, o eso le parecía a ella porque desconocía cuál era la misión de cada unidad militar. Cuando llegó a la esquina con la rua Almeida Brandão, se encontró con un pelotón de soldados. Se paró en seco porque uno de ellos, con un cigarrillo apagado entre los labios le hizo una señal.
-¿Tiene fuego, Señora? –le dijo el joven soldado sonriente.
-Pues no, lo siento, lo único que llevo son claveles rojos que hoy no he podido vender. Si quieres, te puedo regalar uno.
Celeste sacó un clavel de uno de los manojos y se lo ofreció al soldado.
-No puedo permitir que me lo regale.-Dijo él sin perder la sonrisa.
Como el soldado tenía una mano ocupada con el fusil y la otra rebuscando la moneda en sus bolsillos, Celeste metió el tallo de la flor en el cañón del fusil. Después entregó las dos docenas de claveles al muchacho, que inmediatamente las repartió entre los demás soldados, y esto lo imitaron, engalanando las bocachas de sus fusiles con los claveles rojos que les había regalado Celeste. Nadie sabe si aquel día funcionaba el tranvía de la línea que va a Frexeiras que era el que tomaba “La Camarera Florista”, pero sí sabemos que un periódico de la tarde publicó una fotografía de los soldados que rodeaban el palacete de São Bento con sus fusiles haciendo de búcaros de paz y libertad coronados por frondosos claveles. Antes de que cayera el Sol, no había fusil en Lisboa que no llevase en su bocacha un clavel.
Cuentan –y hasta puede que sea verdad- que ni Celeste ni el soldado al que regaló el primer clavel sabían leer ni escribir, pero entre los dos surgió la revolución más poética de la historia, porque la poesía brota aun en la tierra más silvestre. La Camarera Florista, la Celeste ya mítica de aquel 25 de abril de 1974, fue hecha versos después por importantes voces poéticas y cantada en cien memorias del pueblo portugués. Pudiera ser que Celeste y el soldado fueran los verdaderos iniciadores de una revolución sin violencia; ¿quién se atrevería a disparar un fusil tan hermoso? Puede que aquel clavel primero que Celeste regaló al militar -iletrado pero poeta- fue el que hizo enmudecer las armas en el más bello amanecer que se recuerda en Lisboa.
Que historia tan hermosa. A veces,sucede que conoces el nombre ,como es el caso de la Revolución de los claveles y desconociendo,te haces a la idea de un proyecto común,donde alguien organiza una protesta a una situación ya insoportable.Y está claro que a veces,un gesto generoso,como suele ser quien menos tiene,conforma una bonita historia. Una gran historia.