Pandora y los nacionalismos: Yo los acuso

La identificación con una sociedad es un sentimiento noble tan viejo como la Humanidad y tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso, que es el que surge de la incertidumbre del ser humano ante lo desconocido, cuando tiene conciencia del azar, el destino y sobre todo de la muerte; la identificación con los demás surte de la necesidad del otro para seguir adelante, de donde nacen la colaboración, la solidaridad y la memoria colectiva. Nunca hubo un grupo humano, fuera grande o pequeño, poderoso o desfavorecido, tribu, ciudad o estado, en el que ese mito de la transcendencia y ese sentimiento de lo común no hayan hecho su aparición. Esto, que en primera instancia funciona como defensa de la individualidad y del grupo, empieza a pervertirse cuando se busca el control absoluto sobre la comunidad y especialmente cuando, lo que nace como factor de cohesión y de defensa, se convierte en instrumento de dominio y ataque a otros colectivos. Es entonces cuando el sentimiento religioso se convierte en religión y la identificación con una sociedad en nacionalismo.
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Generalmente han ido juntos, pero también suelen darse por separado, y en regímenes totalitarios expresamente ateos se sustituye una abstracción por otra, Dios por el Estado. Tan discutible es que España sea un todo inseparable como que sea un estado plurinacional, porque ambas percepciones pertenecen al terreno de lo abstracto, y para llevar a mucha gente a tales convencimientos se utiliza la repetición de mantras (verdaderos o falsos, eso no importa) sobre la economía, las tradiciones o la historia. Los sentimientos se apoderan entonces de cualquier razonamiento, y los números, que teóricamente son fríos e imparciales, pueden ser interpretados de una forma y la contraria sin variar un solo guarismo. El nacionalismo se maneja por los mismos mecanismos que la religión, y es como un incendio, que una vez ha prendido, resulta muy difícil apagar. Así que, quienes abren la caja de Pandora para nutrir sus intereses personales o partidistas deberían saber que resulta a veces imposible volver a meter al genio en la lámpara. Y vale tanto para nacionalismos aglutinantes como para los separatistas. El mundo se formula a base de percepciones, y es lo que se percibe, aunque no sea la realidad. Por ello es una grave responsabilidad la de políticos, activistas interesados, medios de comunicación y otros agentes cuando crean situaciones como la que ahora mismo nos ocupa y preocupa. Porque, como ya dije, fabricamos realidades con mitos, y los mitos son ficciones; los representamos con banderas de colores a veces no tan opuestos, que físicamente solo son telas, pero que se convierten en instrumentos muy peligrosos cuando se enarbolan contra ideas de los otros, porque una vez colocada la bandera en el mástil, el diálogo se hace cada vez más laberíntico. Lo más triste es que quienes han hecho salir las banderas (todas las banderas) de la caja tienen las espaldas cubiertas y sabían a qué jugaban. En una sociedad justa, ahora mismo tendrían que dimitir quienes en cualquiera de las instancias de ambas partes han propagado el incendio. En este punto, nadie tiene razón, porque todos desprecian lo que nos hace humanos: el pensamiento para razonar y la palabra para dialogar. Y como escribió hace más de un siglo mi tocayo Émile Zola,YO LOS ACUSO.

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