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Sara Montiel versus María Montez


Es tan procaz e hipócrita el modo en que tratan de explicarnos el gran timo de esta supuesta democracia, que ya no sé por dónde empezar. Hablaré de otra cosa y seguramente pagarán justos por pecadores. Por eso voy a hablar de un asunto banal: Sara Montiel. Y lo hago porque hace unos días, en una larga entrevista, la superdiva que fuma puros (todo muy femenino) se ufababa de ser la primera española en conquistar Hollywood. Como he dicho muchas veces, el arte es cuestión de gustos, y desde luego Sara Montiel no forma parte de mi imaginario de artistas favoritas. Y digo artistas porque es más ambiguo; si trato de imaginarla como actriz me chirría esa cara inexpresiva que nada transmitía, y si la rememoro como cantante me zumban los oídos. De Lola Flores dijo el New York Times cuando actuó por primera vez en Nueva York: «No sabe cantar, no sabe bailar, no sabe actuar, pero no se la pierdan, es genial». Es decir, Lola Flores tenía ese algo mágico que transmitía, justamente de lo que, con los mismos aperos técnicos, carecía Sara Montiel. Era guapa, eso es innegable y tenía un cuerpazo que hacía temblar las rodillas a los hombres, fueran Gary Cooper, un altísimo poeta como León Felipe o un Premio Nobel como Severo Ochoa. Pero eso no es arte, es biología. Aun así, pudo ser una estrella, porque para ello no es condición indispensable ser una gran actriz; ha habido estrellas rutilantes que no fueron buenas actrices (Kim Novak), y por el contrario grandes actrices que nunca gozaron del status de estrella (Ronda Fleming). zzmontezmontiel.JPGPero Sara Montiel no fue ni una cosa ni la otra, aunque es cierto que en los años cincuenta, después del éxito de El último cuplé, la recibían multitudes, pero no en Hollywood precisamente, como ocurría con Sofía Loren. Y esa película tenida por mítica es una cinta razonablemente bien rodada con escasos recursos, gracias al talento del director, Juan de Orduña. Y en ella se salva casi todo, menos las protagonista. Y es verdad que cantó (bueno, entonó) las canciones en la película, pero mucho no debía confiar la discográfica en sus valores musicales cuando no se hizo un disco hasta muchos años después, y sí que otras cantantes grabaron aquellas canciones y vendieron muy bien, como hizo Mary Sánchez en Colombia acompañada al piano por el Maestro Sansón. De manera que ese supuesto mito de la Montiel no es que sea inexplicable, es que en realidad no hay nada que mitificar. Y en cuanto a que fue la primera hispana en triunfar en Hollywood habría mucho que decir, porque muchas llegaron antes que ella a hacer papeles secundarios (Katy Jurado, Dolores del Río, María Félix, Libertad Lamarque). Conquistar Hollywod es algo que pocas extranjeras han logrado a lo grande, y hacerlo es ser Greta Garbo, Marlenne Dietricht, Hedy Lamarr, Jean Simmons, Sofía Loren… Ni siquiera actrices tan grandiosas como Caterine Deneuve o Claudia Cardinale puden presumir de haber conquistado Hollywood. De ascendencia hispana sí que fue una estrella Rita Hayworth. Pero antes, durante todos los años cuarenta, la hispana que sí era un número uno fue María Montez, dominicana de padre canario y educada en un colegio religioso de Canarias. Es decir, una canaria (ya puestos a forzar el asunto) llegó a Hollywood y a lo grande mucho antes que ella, que hizo de secundaria en Veracruz quince años después (¿esa es su Casabanca de Ingrid Bergman, su Desayuno en Tiffany’s de Audrey Hepburn? Y si hablamos de una española en Hollywood tenemos que hablar de Conchita Montenegro, que triunfó a lo grande en los años 20 y 30, aunque nadie lo recuerde porque ella se retiró en los años cuarenta y nunca más concedió una entrevista ni aceptó medallas u homenajes (murió en 2007 a los 95 años). Así que, Sara Montiel puede decir misa, pero los datos están ahí, y lo que no entiendo es por qué ese empeño en repetirnos que es un mito. Hasta Elsa Pataki ha llegado al mismo lugar que ella: a ninguna parte, pero en inglés.
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(Ninguna de las dos fue una gran actriz, pero haría falta estar ciego para no reconocer que ambas eran bellísimas, solo que una fue una estrella de la segunda época dorada de Hollywood y la otra no).

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Todo se vuelve cine, y está bien

La literatura ha sido durante décadas fuente de alimentación del cine, y algunos autores y autoras ni siquiera soñaron en que sus historias se verían reflejadas en la linterna mágica, sencillamente porque cuando escribían el invento del cine estaba en pañales y no pasaba de ser una atracción de barraca de feria, o bien porque ni siquiera se vislumbraba en el horizonte. Ocurre con Henry James, y sobre todo y más curiosamente con Jane Austen, novelistas que han llenado horas y horas de cine. En el caso de la autora británica que vivió escasos cuarenta años a caballo entre los siglos XVIII y XIX, lo suyo eran las historias que reflejaban la burguesía inglesa medio-alta, con una adoración por la aristocracia sólo comparable a la que el Gran Gastby sentiría por el mundo de los ricos más de un siglo después. Leídas una a una, las obras de Austen son muy detallistas, descriptivas y analistas de detalles que para otros autores parecerían insignificantes.
Curiosamente, este tipo de historias, a priori tan poco cinematográficas, se han convertido en una receta de éxito casi seguro, como lo demuestran taquillazos del calibre de Sentido y sensibilidad y, la última, Orgullo y prejuicio. Hay otro tipo de novelas, más contemporáneas, que ya fueron tocadas por el cine cuando se escribían, porque en el siglo XX el cine y la novela se han influido mutuamente, y eso se nota en el modo de narrar de la mayoría de los prosistas. De estas últimas hay centenares, miles, por lo que entrar en ellas requeriría un espacio enorme.
zzFoto0473.JPGPor su parte, hay otra fuente de alimentación del cine, sobre todo en las últimas décadas, que es el cómic. Este género, en el que se aúnan las viñetas y los bocadillos llenos de letras, se hace masivo a partir de los grandes personajes nacidos en la industria editorial norteamericana de los años treinta y cuarenta, con el añadido de algunas genialidades europeas del tamaño de Tin-tin o Astérix. Así, hemos tenido sagas tremendas que han hecho historia en varias generaciones, desde Superman al Hombre Araña, pasando por X-Men y el grandioso Batman, Flash Gordon y las series pseudohistóricas del cariz de El Principe Valiente. Este tipo de lenguaje pasó al cine al adaptar historias de estos personajes de cómics, y de alguna manera ha impregnado un nuevo estilo de filmar, puesto que esta manera de hacerlo ha influido también en películas que no procedían del cómics.
Los españoles somos pobres hasta para eso. El género se ha tenido que conformar con personajes humorísticos del estilo de Mortadelo y Filemón o Pepe Gotera, que salían en los tebeos de antaño, y que algunos han entrado en el cine. La dictadura también dejó su huella al crearse un personaje que es sin duda el trasunto de un caballero cruzado, el Capitán Trueno, cuyo grito de guerra era nada menos que ¡Santiago y cierra España! Se ha llevado al cine, pero de aquella manera, y mejor no hablar de Roberto Alcázar y Pedrín. Después de la dictadura surgieron otros con una intención más ideologizada, como la serie Paracuellos, de Carlos Giménez. En eso España ha sido gris, y menos mal que en los ochenta surgieron nuevas publicaciones que llevaron al cómic español por el campo de la fantasía. Ahora lo que está de moda es el Anime japonés, que proviene del manga (cómic), la mayor parte de ellos con personajes que repiten hasta la saciedad la cara, los ojos y la boca de Heidi y Pedro. Pero en Japón y en el mundo gusta.
Que personajes de cómic pasen a los dibujos animados es casi natural, y de eso tenemos muchos ejemplos, quizá el más pionero fuese Popeye, pero lo que es innegable es la gran influencia que este género ha tenido en el cine con imagen real. Las adaptaciones no suelen ser calcadas, y por ello el mundo del cómic sigue siendo muy atractivo para sus seguidores, porque no es lo mismo el Clark Kent de la gran pantalla que el Supermán de los papeles, y sobre todo cambian las relaciones del personaje central con los de su entorno.
De todo esto se deduce que el cine es una gran batidora que se ha ido alimentando de todos los géneros literarios y artísticos, pero hay que decir que también ha sido generoso, porque ni la novela, ni el cómic, ni siquiera el teatro han vuelto a ser los mismos que antes que una imagen en movimiento fuese vista por millones de personas. A cuenta del cine nos hemos ido creando una iconografía de casi todo. Probablemente Napoleón, Julio César o Van Gogh se parecen más en nuestra memoria a sus imágenes cinematográficas que a las reales transmitidas por cuadros o esculturas. Juana de Arco es un híbrido entre Ingrid Bergman y Jean Seberg, y el Coronel Lawrence tendrá siempre la cara de Peter O’Toole, aun cuando haya fotografías suyas.

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Woody Allen como escapatoria

zzxlFoto0468.JPGComo la estulticia parece haberse apoderado de todos los que tienen algo de responsabilidad política en este país, me agota volver sobre lo mismo, porque para mí está claro: están locos. Todos. Por eso prefiero hablar de cine, aunque tampoco es de cine, pero viene al caso porque ayer vi Midnight in Paris , la penúltima de Woody Allen. De vez en cuando me apetece ver algo con cierta solidez en el salón de mi casa, y por eso me doy una vuelta por el videoclub, porque echarse en brazo de la televisión de este país a pelo es entregarse a la grosería y el mal gusto. No dudo de que haya talento, pero deben estar guardándolo para más adelante. Así que pinché el reproductor y me encontré con una película que en su impecable trayecto es previsible y hasta tópica, pero es que ya me conformo con que no me den patadas en la retina o en los tímpanos. Al final de la película te das cuenta de que en realidad no es tan previsible, y en ese recorrido va más allá de lo que parece. Y todo eso de forma divertida e imaginativa. Y me hizo pensar, porque siempre estamos comentando la época dorada de los años veinte en París, en Madrid, en Canarias, con personajes tan literarios como Hemigway, Valle-Inclán, Tomás Morales o Alonso Quesada. Y es que magnificamos el pasado, porque en su momento nadie pensaba que ochenta años después serían como estatuas en el tiempo. Los mitos literarios de nuestro tiempo están a nuestro alcance, los vemos por la calle, hablamos y tomamos café con ellos, pero solo el tiempo los convertirá en especiales. La realidad inmediata tiene poco glamour. Vean si no la foto que acompaña este post. Si solo vemos que es un muchacho fotografiado en 1903, no tiene más interés que la fecha, hace más de un siglo. Si por el contrario les digo que el chico de la foto es el poeta Tomás Morales con 19 años, la cosa cambia. De eso va la película de Allen, y ya puestos, la recomiendo.