Pasan los días y el mundo continúa perplejo. Acabo de escuchar a un psicólogo en la radio que decía que esa locura por echarse a la carretera y a la playa es la manifestación de la parte infantil del ser humano, y esperaba que esa locura de esta semana vaya cediendo. Lo cierto es que vamos a vivir unos tiempos muy complicados, porque hay que combinar la necesidad de mantener viva la economía con la lucha contra la pandemia. La verdad es que nadie esperaba tener que vivir un tiempo así, y yo lo que más temo es el distanciamiento que se puede producir entre personas a las que siempre has querido, pero que es más difícil estar con ellas.
Por eso creo que, ahora más que nunca, debemos cuidar los afectos, porque la riqueza de la vida se construye precisamente con esas relaciones. Ya dijo el clásico que el ser humano es un animal político, y al decir político se refería a la polis, a la ciudad, al intercambio entre personas. Eso hay que seguir defendiéndolo porque si no la Humanidad como tal sería otra cosa. Y no queremos que los agoreros triunfen con su teoría de que el mundo acabó con el segundo milenio y que ahora es otra era. Puede ser, pero en esta nueva era los afectos y las relaciones también serán fundamentales. Eso, o la selva.
Tiempos muy difíciles en los que hasta que no volvamos a la «normalidad» de antes, no creo que apreciemos lo que hemos pasado.