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De nosotros depende


 

Acabamos de estrenar eso que llaman nueva normalidad y la sensación general es que hemos pasado a una nueva etapa sin peligro pero con antifaz. Eso es lo que se respira por la calle, no solo porque la gente evita las mascarillas siempre que puede, sino porque ves incluso abrazos, que se dan con precaución sin enfrentar las caras, pero se pierde la distancia. También noto que se ha perdido el cuidado de la higiene extrema, solo ves gel hidroalcohólico en la entrada de los establecimientos, y si vas a un restaurante o una terraza hay frecuentes despistes con el espacio y con picar en el plato del otro. Es decir, este fin de semana la gente se ha echado a la calle y a la carretera y ves encuentros con el abuelo con mucha alegría pero con pocas precauciones.

Pues no señor, esa idea de que lo peor ha quedado atrás es un espejismo, porque el virus no se ha ido, y entre noticias y bulos ya se dice de todo, como por ejemplo que el virus ha perdido fuerza. Los rebrotes, que antes eran una señal muy alarmante, ahora son noticias casi normales, y a la gente parece que se le ha metido en la cabeza que esas cosas les pasan a otros. Y luego están los aeropuertos, adonde puede llegar cualquiera que no tenga fiebre, que es cierto que es uno de los síntomas de la enfermedad, pero ya dicen los especialistas que hay personas que portan el virus, lo reparten y están completamente asintomáticos.

Cuando Suecia aplicó una receta distinta al duro confinamiento del resto de Europa, se dijo primero que era una pionera (luego se ha visto que no), al mismo tiempo ponían el grito en el cielo por las atrevidas políticas de Boris Jonhson, quien tuvo que dar marcha atrás. El caso es que, si ahora abre todo, se hacen espectáculos públicos y no hay rigor en la aplicación de las medidas de seguridad, lo de Suecia y Gran Bretaña va a quedarse pequeño. Yo todo esto lo digo con la idea de que se tome conciencia de que el virus sigue ahí, y que el confinamiento consiguió parar la carrera desbocada que llevaba, y que si ahora, con lo que sabemos, tratamos de hacer esta nueva normalidad, hagámosla bien, y siempre puede haber errores, pero lo que no puede ser es que se piense que hemos vuelto al mismo sistema de vida de antes de marzo.

He dicho muchas veces que soy un optimista irredento, y espero que cunda el buen juicio, pero, a pesar del calor, da escalofríos ver en las playas y en los paseos marítimos esas masas humanas. Porque para controlar a toda esa gente haría falta una cantidad de agentes y vigilantes que se verían desbordados. Tiene que ser cada cual su propio vigilante. Alguien entra en una guagua sin mascarilla, el conductor le llama la atención y ya estamos dependiendo del temperamento del increpado, porque la pregunta siempre es la misma “¿tiene usted alguna autoridad sobre mí?” Pues sí, y mientras llega la policía cualquier energúmeno puede contagiar media guagua.

Así que esta nueva normalidad es en realidad una nueva manera de evitar al virus, porque se entiende que hay que poner en marcha la economía, pero debería saber la ciudadanía que el confinamiento se hizo para evitar que colapsara el sistema sanitario. Con la situación controlada y que cada cual sea su vigilante, se puede mantener un número de contagios asumible por el sistema. Esa es la idea y no otra, porque hasta que no haya un medicamento eficaz o una vacuna, el virus será peligroso, y nosotros somos los responsables de que esto no se descontrole. Es cierto que es necesario reactivar las actividades productivas, porque los problemas económicos y sociales pueden ser tan dañinos, o más, que la pandemia. Así que, seamos conscientes de la situación, no se trata de vivir con miedo, es una alegría tratar con la gente. Hay que evitar disparates que al final pudieran perjudicarnos a todos. Ojalá esta nueva fase salga bien. Depende de nosotros.

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