¡La madre del piloto!

Este es un hecho real de esta misma mañana que, dada su naturaleza, no estoy seguro de si sucedió. A ver si consigo trasladar la situación…

helicop.jpgMediodía lluvioso en el barrio de Arenales de Las Palmas de Gran Canaria, casi bloqueado por los camiones que en caravana reivindicativa colaboran con la lluvia en montar un pifostio de tráfico repleto de rugido de motores, bocinazos de protesta de los camiones y de cabreo de los automovilistas atrapados. Remacha el festival el infernal ruido de un helicóptero que vuela bajo, no sé si de la policía o de vaya usted a saber qué.
Salgo del supermercado en plena lluvia y me encuentro en el chaflán que hace esquina junto a la puerta con un grupo de personas que miran hacia una ventana de un edificio de enfrente, en el que, a la altura de un tercer piso, una mujer está en el balcón moviendo las manos en señal de saludo. Hay dos señoras con perro a las que se les ha olvidado abrir el paraguas y los animales ladran llamando la atención de sus dueñas porque les está cayendo la del pulpo. En medio del rebumbio, un hombre sin techo que tiene su base en la puerta del supermercado, me señala con devoción a la mujer que se moja en el balcón y me dice: «Es la madre del piloto».
Yo, que acabo de llegar, no me he hecho aun cargo de la situación, y el hombre insiste y me aclara «el piloto del helicóptero». Una empleada del supermercado pregunta que si es el piloto del bigote, y al confirmar que sí llama a sus compañeras, que salen a unirse a la veneración hacia la ventana mientras el helicóptero se aleja en medio de una cortina de agua que cae sin piedad como en una novela de García Márquez.
La mujer del balcón está a la intemperie, y entonces comento: «esa señora va a pillar una pulmonía», a lo que una de las mujeres que mantiene a su perro bajo la lluvia me increpa con tono de indignación: «Caballero, no es una señora, es la madre del piloto».
¡Acabáramos! De pronto me veo en medio de una secuencia de una película codirigida por Berlanga, Buñuel y Fellini, arrasado por una risa incontenible, mientras los demás concurrentes me miran con reprobación, como si yo estuviera mancillando un rito sagrado. «Ya, ya, es la madre del piloto», digo con rostro solemne a modo de disculpa mientras abro el paraguas y me voy corriendo hacia el diluvio universal, subido al Arca de Noé de una carcajada que todavía me dura. Y me río al comprender que no comprendo. Surrealismo en vivo.

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