Siempre han existido los tópicos sobre el carácter de los canarios, que han tenido el histórico culmen cuando nos han llamados aplatanados, para jugar con nuestras producciones plataneras. Es verdad que el clima influye en los comportamientos sociales, y es claro que en el Sur se vive más en la calle, mientras que en el Norte el frío hace que la vida sea en lugares cubiertos. Pero de ahí a que eso se relacione con poca actitud hacia el trabajo va un trecho. El canario ha tenido que luchar contra casi todo, empezando por el territorio, y hay que ver la constancia y el tesón de nuestra gente en lugares como La Geria lanzaroteña, o en los bancales en terrazas de nuestras medianías, para aprovechar el terrero o para proteger una sola planta de vid contra el viento. Sobra mencionar las mil iniciativas relacionadas con el agua, que ahora parece ser un problema mundial, pero que en Canarias viene de siempre.
Otra cosa es el lenguaje y las actitudes que delatan. En eso hay unas características que van más allá del seseo, de la conversión oral de la «CH» en «Y», de la habitual omisión de las eses finales en algunas zonas o de los acentos más o menos cantarines. Ser islas y que la mayor parte de estas tenga un relieve muy complicado hizo que cada valle, cada vega, cada aldea se convirtiera en un microcosmos por la incomunicación. Se decía que se sabía de dónde era un campesino que iba a la capital por la manera de tocarse el sombrero, pues cuando era un complemento habitual se podía ver distintas formas de armar ese sombrero de paño inglés, si se bajaba o subía el ala por aquí o por allá y la manera de encajarlo, bien calado y recto, ladeado, tirado hacia atrás… El caso es que, combinando la forma final del sombrero con la manera de lucirlo creaba casi un código que diferenciaba claramente el pueblo de procedencia de quien lo portaba. Lo que sí es evidente es la falta de precisión cuando se habla de espacio, tiempo y cantidades. Tendrían que ser los sociólogos quienes determinaran las razones, pero se me antoja que en esto hay un ancestral mecanismo de defensa, que se combina con la costumbre galaico-portuguesa de contestar con una pregunta, seguramente para protegerse y proteger a la comunidad. Si alguien pregunta por Juanito, es frecuente que se le conteste «¿para qué lo quiere?», o si pregunta por uno mismo surge un «depende». Esa imprecisión se extiende a la medida del tiempo; «ahí más allá», «hace un tiempito», «un día de estos» u «otro día» puede referirse lo mismo a dos día que a tres meses. Cuando se habla de espacio surge un «ahí delante» o «un ratito de camino», y si hablamos de cantidad, la numeración va desde un par (que pueden ser siete) a un «puñao», «unos cuantos» o una frase que indica tiempo, espacio, cantidad y lo que sea: «ya veremos». Esta manera de hablar puede indicar que hay que tomarse la vida con distancia, que no hay que agobiarse, y desde luego extraña que aparezca alguien que habla como si retransmitiera un partido de fútbol. Esa manera de ver la vida no es buena ni mala, es así, y tratar de asimilarla a la capacidad de trabajo es no tener ni idea de lo que ha sido y es la historia social de Canarias. Y ya saben, al golpito, que parece van a calentar un poquillo (unos cuantos grados) las temperaturas.
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