La percepción social de la homosexualidad
En estos días una entidad deportiva, cultural y recreativa de mucho prestigio social en Las Palmas de Gran Canaria ha denegado el pase al acompañante de un socio porque ambos componían una pareja del mismo sexo. Es volver otra vez al asunto de las peras y las manzanas de Ana Botella. El ruido que se armó hizo que inmediatamente esa entidad hiciera público un comunicado rectificando su anterior posición claramente discriminatoria. Aparentemente ha sido un episodio fugaz, pero ha servido para poner de manifiesto algunas carencias de nuestra sociedad. En primer lugar, el presidente de ese club dijo que se acogió a la tradición para negar los pases, con lo que esa tradición vendría a legitimar cualquier comportamiento de la índole que fuera. No todas las tradiciones son defendibles, hay unas que sí y otras que son claramente deleznables y por lo tanto una sociedad avanzada debería prescindir de ellas, porque si no, con el mismo argumento justificaríamos las peleas de perros o el lanzamiento de cabras desde los campanarios. Luego han salido comentarios muy curiosos en los distintos foros en los que se airea que haya hoteles en los que solo se admiten homosexuales. El asunto es complejo, porque si bien se puede entender que estos establecimientos existen precisamente por el rechazo que hay en otros a compartir la piscina y el solarium con parejas homosexuales, también es cierto que se crea el efecto ghueto, y eso a menudo es criticado por otros sectores incluso de la población homosexual. Con este incidente se ha puesto otra vez sobre la mesa la evidencia de que bajo la pátina de tolerancia con que se cubre nuestra sociedad se esconden rancias actitudes muy reaccionarias, en las que el ideal humano perfecto es ser blanco, varón, cristiano (por aquí católico), heterosexual y a ser posible rico (los pobres por lo visto tampoco son de fiar).